Pasaron unos minutos, y Nina y Emir habían llegado a las puertas de la mansión de Soraya Al-Fayed. Los guardias de seguridad, con sus uniformes impecables y expresiones estoicas, se comunicaron brevemente por radio con Tony, quien autorizó su entrada inmediatamente. Los hermanos avanzaron por el camino de piedras pulidas que serpenteaba entre jardines exuberantes donde el verde intenso contrastaba con flores exóticas cuidadosamente dispuestas. El aroma de jazmines y rosas perfumaba el aire mientras fuentes de mármol murmuraban suavemente a su paso. Nina no pudo evitar que sus ojos recorrieran maravillados aquella ostentación de riqueza, tan ajena a su realidad cotidiana. De repente, el teléfono de Nina vibró en su bolso desgastado. Al sacarlo, su corazón dio un vuelco al ver el nombre en

