Pero en el baño privado de Salomón, completamente ajenos al veneno que se gestaba en la mente retorcida de Soraya, Nina y Salomón se sumergían profundamente en un mundo propio, íntimo y ardiente, donde el deseo era la única ley que gobernaba sus acciones y el agua caliente del jacuzzi burbujeante su único testigo silencioso. Nina, montada a horcajadas sobre su semental, se movía rítmicamente hacia arriba y hacia abajo, con su cuerpo pequeño pero tonificado en perfecta sincronía con el imponente físico de Salomón. Sus manos poderosas guiaban sus caderas desnudas, donde cada movimiento era un eco de su deseo mutuo que los transportaba lejos de los complots, traiciones y responsabilidades del mundo exterior. Salomón, sentado cómodamente en el jacuzzi circular, la miraba con una intensidad q

