Sin previo aviso, con un movimiento fluido y posesivo, Salomón tomó el teléfono de las manos temblorosas de Nina y se lo guardó en el bolsillo de su bata. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla compleja de amor hacia Nina y sed de venganza hacia Soraya. —Ya escuché suficiente —declaró con una voz ronca cargada de emociones contradictorias. En ese momento, mientras observaba a Nina sollozar frente a él con esa vulnerabilidad que partía el alma, Salomón se dio cuenta de algo que lo golpeó como un martillazo directo al pecho: Nina había estado siendo amenazada desde múltiples frentes. Primero por él mismo, cuando la había coaccionado para que viviera en su mansión bajo la amenaza de arruinar su vida laboral, y luego por Soraya, quien había usado métodos aún más crueles y directos. La rea

