Nina se posicionó cuidadosamente sobre los muslos musculosos de Salomón, sintiendo el calor radiante de su cuerpo contra su piel desnuda. Una vez acomodada boca abajo, con sus codos apoyados en la cama para sostener su peso, le preguntó con una voz que mezclaba nerviosismo y excitación: —¿Vas a... pegarme nalgadas? —Exactamente —confirmó Salomón con satisfacción evidente, con una de sus grandes manos acariciando posesivamente la curva perfecta de sus glúteos—. Voy a disciplinarte cada vez que seas una conejita mala con tu rey Salomón. Después continuaremos con tu día de reina, pero primero debo enseñarte las consecuencias de la desobediencia. Serán solo dos nalgadas por esta primera ofensa. Nina no pudo negar que la idea la excitaba intensamente. Alzó su trasero obedientemente, arqueand

