—Pero Salomón... yo no sé comportarme en esos mundos —confesó con una voz pequeña que traicionaba su ansiedad creciente—. No sé cómo hablar con princesas o... qué hacer en esas fiestas elegantes. Me voy a ver como una tonta. Sus ojos marrones brillaron con una vulnerabilidad genuina que hizo que algo se moviera en el pecho de Salomón. La idea de su Nina sintiéndose insegura o fuera de lugar lo molestaba profundamente. —No te preocupes, habibi —respondió inmediatamente, con esa autoridad protectora que reservaba únicamente para ella—. Te enseñaré cómo. Cada protocolo, cada conversación, cada gesto. Serás la mujer más elegante en cualquier salón al que entres. Sus palabras estaban cargadas de una promesa que trascendía lo romántico y se adentraba en territorios de transformación completa,

