Se estacionó estratégicamente donde podía observar las ventanas del apartamento que había memorizado durante meses de fantasías secretas. Sus manos aferraban el volante con una tensión que revelaba exactamente cuánto lo había afectado el descubrimiento de la verdadera identidad de su misteriosa amante nocturna. Con movimientos decididos, Hassan tomó la gabardina de cachemira negra que Leila había dejado en su apartamento durante su escape precipitado la noche anterior. La tela aún conservaba vestigios de su perfume floral, esa fragancia que había estado obsesionándolo desde que la había inhalado contra su cuello mientras hacían el amor. Se dirigió hacia la entrada del edificio con pasos que destilaban autoridad masculina, portando la prenda como si fuera una reliquia sagrada. El vigilant

