Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras su mente procesaba todas las implicaciones de este descubrimiento. Hassan Al-Rashid, el hombre que había ocupado sus fantasías durante meses, había sido tanto su admirador secreto como su amante misterioso. La perfección poética de la situación la abrumó completamente. En el silencio de su sala, con el televisor emitiendo susurros distantes y su madre durmiendo pacíficamente, Leila sostuvo la nota contra su corazón y susurró hacia la oscuridad: —Hassan... es... él. Horas más tarde... La habitación principal de la mansión Al-Sharif estaba sumergida en una penumbra dorada, iluminada únicamente por las luces suaves que creaban sombras danzantes sobre las sábanas de seda revueltas. Nina y Salomón habían pasado una velada perfecta: prime

