—Solo, Emir es mi motor de vivir. Sin él no sé qué hubiera hecho —continuó, con su voz ganando fuerza a medida que las palabras fluían desde su corazón herido—. Pero de la nada, apareciste tú, Ahmed, y fue... muy lindo. Su último comentario quedó suspendido en el aire entre ellos, cargado de significados no expresados, de momentos compartidos que ahora parecían pertenecer a otra vida, a otras personas. La sinceridad desnuda de sus palabras contrastaba brutalmente con la farsa elaborada que "Ahmed" representaba. Cada palabra era como un puñal para Salomón, cuya máscara de indiferencia amenazaba con resquebrajarse ante la sinceridad devastadora de Nina. Un músculo en su mandíbula se tensó visiblemente, el único indicio externo del torbellino emocional que lo consumía por dentro. Tras los l

