―¡Espera, y haz silencio!―gritó Omar.
Salomón, con la peluca ligeramente desplazada y los lentes de contacto marrones irritando sus ojos verdaderos, miró desde la entrada hacia el lujoso Lamborghini, estacionado a unos metros. A través de la ventanilla parcialmente bajada, podía distinguirse la silueta de una mujer joven. El magnate frunció el ceño profundamente, con aquella expresión que hacía temblar a ejecutivos experimentados en salas de juntas.
―Tu sabes que no dejo entrar a gente aquí a mi casa sin invitación, sobrino―declaró con voz grave y autoritaria, con el tono de Salomón emergiendo por completo a pesar del disfraz de Ahmed que aún portaba.
Omar, quien estaba un poco más musculoso teniendo un porte elegante incluso en su evidente incomodidad, pasó una mano por su cabello perf
