Las mejillas de Nina se encendieron con un rubor intenso que se extendió hasta su cuello, y su corazón latía tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo en el silencio del vehículo. Asintió nerviosamente, incapaz de articular una respuesta coherente a la vulgaridad directa de sus palabras. Una sensación de extrañeza la invadió completamente. ¿Cómo era posible que su cuerpo hubiera respondido tan rápidamente a un hombre que representaba todo lo que despreciaba? ¿Cómo explicar aquella humedad traicionera entre sus piernas ante el simple roce de su nariz contra su cuello? «¿Qué me pasa? ¿Es un brujo este tipo?»—se preguntó, genuinamente confundida por sus propias reacciones físicas. Entretanto, Salomón luchaba con su propio dilema interno, su deseo chocando brutalmente contra sus obliga

