Una sonrisa maliciosa se dibujó lentamente en los labios de Hassan. La pregunta aparentemente inocente abría posibilidades deliciosamente perversas. Conocía perfectamente la complicada historia entre Abdullah Al-Samadi y Salomón, un tejido de rivalidad profesional. —Ponlo cerca de Salomón, es un gran... amigo —respondió, alargando deliberadamente la pausa antes de la última palabra porque sabia que los dos se trataban por mera hipocresía. —Está bien —respondió ella, con un tono que sugería que comprendía perfectamente la travesura que Hassan estaba orquestando. Terminó la llamada justo cuando llegaban a la puerta del apartamento. Emir, buscando las llaves en sus bolsillos con dedos ligeramente temblorosos por la ansiedad de los últimos minutos, logró finalmente abrir la desvencijada pue

