—Ya basta que ese maldito me quite tantos proyectos. Debe tener algo entre manos, algo bien grande y oscuro —continuó su monólogo, girando el vaso con movimientos circulares precisos para liberar los aromas complejos del alcohol añejado—. Como ese gran paquete que le vi en el gimnasio. Esta soltero. Una sonrisa lasciva se dibujó en sus labios perfectamente hidratados mientras llevaba el vaso a su boca, saboreando tanto el recuerdo como el whisky. Sus ojos se cerraron brevemente, permitiéndose revivir aquella visión fugaz de Salomón sudado en aquel gimnasio de hotel, que Abdullah había estudiado mentalmente y reconstruido en innumerables fantasías nocturnas. —Lo único bueno es que está soltero. Por eso no me he movido. No le duran las novias, son pasajeras —murmuró, con la sonrisa trans

