—A mí también —coincidió Nina, con un suspiro que parecía provenir desde lo más profundo de su ser—. Pero no podemos hacer nada. Si... no nos quedamos con él, la Soraya podría matarnos o meternos en la cárcel. —Un nuevo suspiro, cargado de resignación—. Estaremos a salvo por un tiempo.
—Sí —confirmó Emir, con aquel pragmatismo nacido de una vida donde los ideales rara vez sobrevivían a las necesidades inmediatas.
En ese preciso instante, como si el destino estuviera escuchando atentamente su conversación y decidiera intervenir con dramático sentido de la oportunidad, el teléfono de Nina comenzó a vibrar. La pantalla se iluminó con un simple "Número Desconocido", pero ambos sabían instantáneamente quién estaba al otro lado de la línea.
Con la adrenalina acelerando sus movimientos, Nina a
