En su lugar, veían a una joven sencilla, naturalmente hermosa pero sin ningún rasgo de sofisticación ostentosa, vestida con ropa común y sosteniendo una bolsa n£gra de plástico que probablemente contenía todas sus pertenencias. Su belleza era cruda, auténtica, sin filtros ni mejoras quirúrgicas, algo raramente visto en los círculos de Salomón. Saná, la doncella más joven del grupo, se inclinó discretamente hacia Karina mientras mantenía su postura formal. —¿Esta es la concubina? —murmuró, tan bajo que solo su colega podía escucharla. —Sí —respondió Karina con igual discreción, con sus ojos evaluando profesionalmente a la recién llegada. —Es... una extranjera... común —observó Saná, la incredulidad tiñendo cada sílaba mientras intentaba reconciliar la imagen que tenía ante sí con la ide

