—Está bien —respondió Nina, asintiendo mientras se ponía de pie lentamente. Bajó la mirada, un gesto instintivo de sumisión, mientras se limpiaba con delicadeza la saliva que brillaba en las comisuras de sus labios, un movimiento casi inconsciente que no pasó desapercibido para Salomón. Él, con su enorme miembr0 aún erecto duro y húmedo por la saliva de ella, la observó con una intensidad que la hizo estremecerse. La cabeza de su pene brillaba bajo la luz tenue, una prueba tangible del efecto que Nina había tenido en él. —¿Te duchaste? —preguntó, con su tono más suave pero aún cargado de esa presencia dominante que llenaba la habitación. —No. Lo estuve esperando. Usted me dijo que no lo hiciera —respondió Nina, con su voz baja, casi un murmullo, mientras sus ojos evitaban los de él por

