«¡Quisiera tener mi cabeza aqui toda la noche!» Salomón, aún arrodillado en la cama, con las manos manteniendo sus nalgas abiertas, tenía el rostro tan cerca que Nina podía sentir el roce de su barba incipiente contra su piel sensible. —Sabes rico —murmuró entre lamidas, soltando ese orgullo. Y sin poder evitarlo, su lengua se hundió más, explorando los pliegues de su vagi.na con un ritmo lento pero implacable. Cada movimiento era calculado, alternando entre lamidas largas que cubrían toda su longitud y pequeños círculos que se concentraban en los puntos más sensibles. Esta vez no se contenía ya no era Ahmed, era Salomón comiéndola. «Rico, rico»―pensaba él. Sus labios se cerraron brevemente sobre los pliegues, succionándolos y después soltarlos, Nina sintiendo aquello con su rostro sob

