«Bueno, ahora a pagar el collar y la educación de Emir»―se dijo ella temblando, y obedeció, separando las piernas, exponiéndose por completo ante él. Su respiración era entrecortada, y el calor entre sus muslos era abrumador, una mezcla de su propia excitación y el rastro húmedo de la lengua de Salomón. Sus brazos se extendieron sobre la cama, los dedos abiertos, aferrándose a las sábanas como si fueran su único ancla, mientras esperaba con una mezcla de nervios y deseo que la consumía. Sus ojos encontraron los de Salomón, y la intensidad de su mirada la hizo estremecerse, como si él pudiera ver directamente dentro de ella. Salomón se posicionó encima de ella en la posición de misionero, con sus rodillas hundiendo el colchón a ambos lados de sus caderas. Su pecho, con el tatuaje de la g

