―¡Ohhh! — exclamó, con los ojos abiertos de par en par, buscando en el rostro de Salomón alguna pista, alguna respuesta a la confusión que la consumía. Su mirada se topó con la de él: una expresión feroz, casi animal, con una chispa de satisfacción perversa que la hizo estremecerse. «Esto… es igual que con Ahmed, pero… más fuerte, más poderoso»―pensó Nina, con la mente nublada por la intensidad del momento. La textura de su miembr0, las venas que pulsaban dentro de ella, el ritmo de sus embestidas: todo le recordaba a las noches ardientes con Ahmed, aquellas tres veces en que él la había llevado al borde del abismo. Pero Salomón era distinto. Sus movimientos eran más duros, más profundos, como si estuviera decidido a marcarla, a borrar cualquier rastro de otro hombre en su cuerpo y en s

