Había visto bondad real en sus ojos cuando la miraba, como si ella fuera algo precioso que había encontrado y quería proteger; ternura genuina cuando la abrazaba, como si quisiera absorber todo su dolor y reemplazarlo con calor; alegría sincera cuando compartieron momentos simples como comer shawarma en la calle, ver el atardecer en la playa, o cuando él le había regalado ese teléfono a Emir y le dio su bendición en su cumpleaños. ―Le compró un IPhone como… si nada. Y… me daba dinero. Y eso era exactamente lo que la confundía tanto sobre Salomón: detrás de toda su arrogancia inflexible y su necesidad obsesiva de control, a veces vislumbraba destellos de esa misma bondad fundamental. La consideración inesperada cuando le había dado analgésicos sin que ella se los pidiera, notando su dolor

