Al ver la tostada francesa perfectamente dorada, con su superficie ligeramente caramelizada y espolvoreada con azúcar en polvo que brillaba como diamantes diminutos, una sonrisa más amplia se extendió por su rostro y sus ojos se iluminaron con una felicidad que había olvidado que podía sentir. —¡Oh, al fin! ¡Al fin puedo comerme una en el desayuno! —exclamó con genuina emoción—. Recuerdo que intenté hacerla y Driztan y la señora Maruja se habían comido los panes y todos los ingredientes. Se llevó un pedazo a la boca y cerró los ojos, saboreando cada nota de sabor: la textura suave y esponjosa del pan brioche francés empapado en crema y huevos, el toque dulce de la vainilla, la textura cremosa que se deshacía en su lengua como mantequilla celestial. —Mmmm, qué divino —suspiró con satisfa

