«Se ve buena gente»― pensó Nina, cayendo inconscientemente en la red cuidadosamente tejida por su anfitriona.
—Qué bueno, señora Al-Fayed —contestó Nina con entusiasmo apenas contenido, la esperanza iluminando su rostro cansado.
Soraya hizo un gesto desdeñoso con la mano, como si espantara una mosca invisible.
—Dime señora, Sora —ofreció, creando una falsa intimidad que serviría a sus propósitos.
—Oh... está bien, señora Sora —aceptó Nina, sintiéndose inexplicablemente honrada por esta pequeña concesión.
Soraya tomó un sorbo de su jugo, estudiando a Nina por encima del borde del vaso. Con aparente casualidad, comenzó su interrogatorio cuidadosamente planeado.
—¿Cuántos años tienes, querida? —preguntó, con tono maternal que contrastaba con la agudeza analítica de su mirada.
—Veinticu
