—¿Qué señora? ¿De qué estás hablando? —preguntó Nina, con sus ojos oscuros entrecerrándose con suspicacia.
En ese momento, un escalofrío de alarma recorrió la columna de Salomón. La realización de su imprudencia lo golpeó como una bofetada: ella apenas la noche anterior había mencionado aquello con "Ahmed". Tragó profundo, sintiendo cómo su garganta se tensaba.
«Mierda, debo tener más cuidado»―se reprendió mentalmente, furioso consigo mismo por este desliz impropio de un hombre acostumbrado a controlar cada situación.
Su mente, afilada por años de negociaciones implacables, reaccionó con la velocidad de un depredador acorralado. Compuso su expresión en una máscara de desdén calculado, aunque sus ojos esmeralda brillaban con una mezcla de deseo y frustración.
—Me imagino que... es una
