Hassan, subiendo detrás de ellos, negaba con la cabeza en silencio. Conocía demasiado bien a su amigo para no reconocer esa intensidad casi predatoria de su mirada fija en Nina. Era la misma postura que adoptaba antes de cerrar un negocio multimillonario o destruir a un competidor.
Al llegar al segundo piso, la puerta de uno de los apartamentos se abrió repentinamente y era la señora Nacira con su hijab y sus ojos pequeños y astutos se iluminaron al reconocer a Salomón.
—¡Ah! ¡Ya llegó, señor! —exclamó, con una sonrisa—. Lo estaba esperando.
Nina se detuvo, sorprendida.
—Buenas noches, señora Nacira —saludó educadamente.
La anciana apenas le dirigió una mirada, haciendo un gesto de desdén con la mano como quien espanta una mosca molesta. Toda su atención estaba centrada en "Ahmed", su
