―¿Te quedó claro que la mujer es mía? ―lo dijo en inglés fluido casi nativo esta vez, muy de la educación de elite de Salomón Al-Sharif. Sus ojos, ahora sin rastro de compasión, brillaban con una posesividad primitiva que transformaba su rostro. Se bajó y tomó la cabeza del hombre por el cabello grasiento, tirando con fuerza suficiente para arrancar algunos mechones. Lo obligó a mirar directamente aquellos ojos que ahora mostraban al verdadero depredador que habitaba bajo el disfraz. ―No te escuché ―susurró con una calma más aterradora que cualquier grito, con su aliento cálido golpeando el rostro ensangrentado de Driztan. ―Sí ―respondió Driztan con voz quebrada, apenas un murmullo patético. Su labio inferior temblaba incontrolablemente mientras un hilo de sangre, mezclada con saliva, d

