Otros minutos más tarde… El edificio en Al-Satwa se estremecía bajo el rugido voraz de las llamas que devoraban el apartamento 302. Un calor abrasador, casi palpable, comenzó a infiltrarse insidiosamente a través de las paredes delgadas, invadiendo el santuario temporal donde Nina y Emir dormían, ajenos al infierno meticulosamente orquestado por Salomón a escasos metros de distancia. Las llamas, como soldados de un ejército incandescente, conquistaban centímetro a centímetro el territorio condenado donde Driztan y Maruja se habían transformado ya en figuras carbonizadas, irreconocibles como humanos, reducidos a poco más que esculturas de carbón con forma vagamente antropomórfica. Salomón y Hassan intercambiaron miradas en la penumbra teñida de naranja, una comunicación silenciosa pero e

