En un instante, Salomón reaccionó con la velocidad de un depredador. Sus reflejos, afilados por años de deportes exclusivos y entrenamiento personal que Ahmed jamás habría podido costear, lo impulsaron hacia adelante. Sus fuertes brazos rodearon la cintura de Nina, atrapándola en plena caída, sus grandes manos se aferraron a la tela del pantalón deportivo gris que tanto lo obsesionaba.
El impulso los llevó a ambos contra la pared del pasillo. Nina quedó atrapada entre el frío concreto y el cálido cuerpo de Salomón, con sus rostros a escasos centímetros uno del otro. Podía sentir el aliento de él sobre sus labios, una mezcla de tabaco caro y menta que resultaba extrañamente embriagadora.
―Señor Ahmed... ―susurró, con su voz apenas audible en el silencio del pasillo, y su corazón latiendo
