Salomón sintió cómo se tensaba entre sus brazos, cómo su cuerpo reaccionaba instintivamente ante aquel gesto inesperado. Tragó profundo, y se dio cuenta de lo que había hecho, de cómo su instinto depredador había tomado momentáneamente el control de su cuerpo, amenazando con ahuyentar a su presa antes de poder saborearla completamente.
Inclinado, estando a pocos centímetros de su rostro, a pesar de la oscuridad podía sentir la confusión en el cuerpo de Nina. La culpa y el deseo batallaban en su interior mientras contemplaba sus siguientes movimientos con el cálculo estratégico que había definido toda su existencia.
«Mierda... creo que debo controlarme un poco―se dijo en pensamientos―No quiero asustarla hoy, mejor me comporto, aquí… soy “Ahmed”».
Nina, por su parte, intentaba procesar la
