El interés de Soraya se encendió instantáneamente, como un fuego alimentado por gasolina. Su postura cambió, pasando de la irritación a la alerta total. —Pásamelas, por favor —ordenó con urgencia. Segundos después, que parecieron estirarse como horas, su teléfono vibró con la llegada de las imágenes prometidas. Abrió los archivos con dedos rápidos y precisos, uñas perfectamente manicuradas golpeando impacientemente la pantalla de cristal. Su expresión, que había estado transitando entre la irritación post-coital y el interés profesional, se endureció visiblemente al examinar las capturas granuladas extraídas de las cámaras de seguridad. Allí estaba Salomón, con su rostro inconfundible, gesticulando acaloradamente en un rincón discreto del baño de un restaurante que ella reconoció inmedi

