Tony inclinó ligeramente la cabeza en señal de obediencia, mientras en su mente florecía otro comentario mordaz:
«Estás llena de huesos»
—A sus órdenes, señora —respondió con una reverencia sutil pero perfectamente ejecutada.
Se dirigía ya hacia la puerta cuando el teléfono de Soraya sonó nuevamente. La melodía era distinta esta vez, un tono especial reservado para una sola persona en el mundo: un llamado que provocó un cambio inmediato y dramático en la postura de Soraya.
Su espalda, que había estado relajada contra las almohadas, se tensó como la cuerda de un arco. Todo rastro de la arrogancia satisfecha que había exhibido segundos antes desapareció, reemplazada por una expresión que Tony rara vez veía en su rostro: genuino respeto mezclado con inquietud.
—¡Oh, mi padre! —exclamó, c
