«Seguro ya quiere que me vaya»―pensó con una punzada de inseguridad, resabio de relaciones pasadas donde su vulnerabilidad había sido utilizada contra ella.
Sin embargo, Salomón se movía por el espacio con aquella seguridad innata de quien está acostumbrado a dominar cualquier entorno. La penumbra ocultaba los detalles de su cuerpo, pero no podía disimular la amplitud de sus hombros, el poder contenido en cada músculo, la curva firme de sus glúteos, y aquel miembr0 imponente que, aun en reposo, colgaba entre sus muslos como una promesa de potencia renovada. La visión aceleró nuevamente el pulso de Nina, un recordatorio visual de la fuerza que minutos antes la había sometido al éxtasis.
«Él… es tan grande»―pensó mientras que luego lo escuchó:
—Quédate ahí, conejita, voy por un cigarrillo
