Mientras tanto, en Palm Jumeirah… En la gran mansión de Soraya, el silencio de su habitación solo era interrumpido por el suave siseo del polvo compacto deslizándose sobre su piel ya perfecta. Sentada frente a su peinadora de caoba importada, Soraya contemplaba su reflejo con una adoración casi religiosa mientras sus labios, pintados de un carmesí intenso, se curvaban en una sonrisa cargada de malicia. —Por lo menos la estúpida de Nina ya va a empezar a trabajar con Salomón —murmuró con deleite venenoso, espolvoreando con dedos expertos más polvo sobre su rostro—. La envió al hospital para ver si no es una leprosa asquerosa o una contagiosa de ese barrio inmundo donde vive. Sus ojos ámbar, fríos como los de una serpiente a punto de atacar, brillaron con repulsión mientras recordaba su b

