Sin embargo, Nina no podía esperar hasta la noche para ver a aquel hombre de buen cuerpo y esos ojos marrones penetrantes que parecían atravesarla. Tragó profundo, sintiendo un nudo en la garganta mientras seguía caminando junto a Emir, con su mano aferrándose a la de él como si buscara anclar sus pensamientos dispersos. El bullicio matutino de Al-Satwa, los vendedores pregonando, el olor a especias y el humo de los vehículos, parecía difuminarse mientras su mente vagaba. «Emir tiene razón... me ilusiono rápido con los hombres― se recriminaba mentalmente, mordiendo suavemente su labio inferior―No debería estar pensando en ver a ese señor de noche. Lamentablemente estoy casada y... probablemente ese caballero también. A lo mejor... tiene a su esposa en Irak y vino acá a los Emiratos a trab

