El rostro del magnate se contrajo en una mueca de repulsión instantánea. Sus fosas nasales se dilataron, como si pudiera oler la procedencia dudosa de aquellas prendas incluso a través del plástico que las contenía. —No me voy a poner esas porquerías, tampoco te pases —declaró con un tono que no admitía réplica, el mismo que usaba para despedir ejecutivos incompetentes—. Manda a llamar al personal de lavandería y que desinfecten esa ropa. Pero esos zapatos asquerosos jamás. Hassan sostuvo un zapato en alto, y sus ojos bailaron con una diversión apenas contenida. —¿Y qué zapatos vas a usar? ¿Tus Berluti Scritto personalizados de diez mil dólares? —respondió, refiriéndose a los exclusivos zapatos italianos que Salomón encargaba específicamente con el artesano principal de la marca—. Esos

