La vida seguía su curso en la finca Auberron mientras el otoño avanzaba lentamente. Había pasado una semana desde que Vallerie retó a Corantin a demostrarse a sí misma que no se había vuelto una prostituta. Desde entonces, se negó rotundamente a aceptar la verdad. En consecuencia, su rutina se había desvanecido: entrenamiento con espada por la mañana, clases de sexo por la tarde y sexo antes de acostarse, alegando que lo hacía solo para demostrar que podía vivir sin él. Era molesto, aunque todas las noches terminaba con la lengua colgando, desmayada por innumerables orgasmos, tras participar en muchos juegos pervertidos. Se aferraba obstinadamente a su postura. Su desafío significaba que Corantin dedicaba alegremente una o dos horas diarias a reflexionar sobre nuevas obras para someterla

