Durante los últimos meses de su primer año, Corantin había puesto en marcha su plan para sanar a Emily. Su primer paso fue asegurarse de que nadie la mirara con lascivia; esto no era difícil de aplicar; la etiqueta dictaba no mirar con lascivia a otras estudiantes de sirvienta a menos que ellas lo invitaran.
Simplemente dejó claro que no aceptaría ninguna mirada. En segundo lugar, la tranquilizó, confirmándole una y otra vez que no tenía que hacer nada con lo que no se sintiera cómoda. Esto afectó aún más su evaluación en la clase de sexo. Amenazó con retenerlas en primer año, pero de alguna manera, lograron obtener una buena calificación para aprobar en la evaluación global.
Era el final del verano; la pareja había completado su primer año de estudios. Habían pasado las vacaciones de verano en la finca Auberron. Ahora regresaban a la capital para el nuevo semestre. El carruaje avanzaba a paso firme para asegurar a los caballos durante el viaje de ida y vuelta.
—Emily, ahora que estamos solos, ¿cómo estuvo tu estancia? —preguntó Corantin para alegrar el largo viaje.
—Me lo pasé genial, amo, todos se preocuparon mucho por un desastre como yo. Pero ojalá los amantes de tu padre no me hubieran preguntado tanto sobre nuestra vida s****l.
Corantin había notado que, desde aquel incidente nocturno, Emily se menospreciaba a menudo. Empezó a pensar que se odiaba por no poder tener sexo con él. Aunque no tenía ni idea de si este sentimiento provenía del afecto o de su sentido del deber. Sentía que esta inquietud podría, con el tiempo, superar el miedo arraigado en ella.
También esperaba que crear recuerdos sexuales positivos la ayudara a olvidar lo que ella describía como una pesadilla. Habría sido fácil usar su autoridad para obligarla, pero recrear la misma situación que la traumatizó jamás le traería recuerdos positivos.
—¡Ay, ay! No podemos culparlos por esperar que lo hagamos a diario y no creer que nunca lo hacemos —continuó Corantin—. Y debieron oírme, después de que traje a una chica a mi habitación un par de veces y asumí que eras tú.
—Síííí—, dijo Emily.
Entonces miró por la ventana, deprimida. Al fracasar sus esfuerzos por animar la situación, Corantin también miró por la ventana. Desafortunadamente, las llanuras, la granja y las ocasionales colinas que conformaban el paisaje del sur del Reino no le resultaban muy estimulantes.
Tras dos semanas, el carruaje llegó por fin a la capital. Se detuvo en el control y entró a una velocidad apenas superior a la de caminar junto a ella. La academia se había construido originalmente fuera de la capital. Pero las colinas que la separaban del palacio real se habían convertido en un lugar privilegiado con el paso de los años.
Por lo tanto, los edificios, antes aislados, ahora se encontraban en las profundidades de los muros del distrito noble. Observando la lenta marcha del carruaje, Corantin deseó haber podido salir y usar magia para recorrer el resto del trayecto. Sin embargo, la etiqueta le impidió hacerlo. Maldijo en silencio a la ciudad que había empezado a llamar «ciudad de la vanidad» por arruinarle el ánimo nada más entrar.
Al llegar a la academia, surgió un nuevo problema. Si bien la academia ofrecía habitaciones pequeñas para las criadas en el dormitorio. Este dormitorio estaba destinado solo a las alumnas de primer año, a partir del segundo año se esperaba que las aprendices pudieran acostarse con su amo.
Y no estaba mal: el año pasado, Emily era la única criada que aún usaba el dormitorio. Emily, tras meses de afianzarse, sabía que Corantin nunca la obligaría. No, el problema surgió un par de días después. A medida que las parejas de estudiantes empezaban a ocupar sus habitaciones en el dormitorio, llenaban el edificio de gemidos cada noche.
Uno pensaría que Emily estaría acostumbrada a los gemidos después de un año entero de ver a sus compañeras de clase abrazadas por sus maestros. Si no fuera por el bloqueo mental que sufría. Pensó todo este tiempo que las otras chicas solo gemían para cumplir con las exigencias de los profesores.
Pero aquí estaba ella, dando vueltas en su cama sin poder dormir porque los gritos de placer llenaban sus oídos. Habría sido trivial para las parejas suprimir los sonidos con magia. Pero desafortunadamente para Emily, a los jóvenes les encantaba competir sobre quién podía hacer gemir más fuerte a su pareja.
A medida que la sinfonía de voces la alcanzaba noche tras noche, el bloqueo mental de Emily se rompía gradualmente, dando lugar a la curiosidad. ¿De verdad se siente bien el sexo? ¿Puede el sexo ser tan diferente de lo que sentí con el duque? Y cada noche, cuando finalmente se dormía, sus sueños se llenaban de imágenes de ella jadeando como sus compañeras de clase.
Un día, ya no pudo contener la curiosidad. Como no tenían nada que hacer, les preguntó a sus amigas cómo explorar la sexualidad. Tras revelarle su pasado a Corantin, también se lo contó a ellas, para que supieran de su trauma. Al oír esto, todas sus amigas se llenaron de alegría.
Todas querían que pasara página, así que ya habían hablado de los pasos que debía dar antes de volver a tener sexo. La respuesta a la que llegaron fue simple: necesitaba masturbarse. Le dieron algunos consejos sencillos, nada complicado, después de todo, era una principiante. Frótale los pechos o el clítoris y métete un dedo o dos en ese tipo de cosas para principiantes.
Inmediatamente le informaron a Corantin que le diera a Emily un tiempo a solas, para que pudiera explorar su cuerpo en paz.
Pasó un mes, y la exploración s****l de Emily progresó lentamente. Se aseguró de informar diligentemente de sus progresos a su círculo de amigas. Su incipiente sexualidad se había convertido en el tema principal de prácticamente todas sus conversaciones. Más tarde ese mismo día, una de ellas le contó el progreso de Emily a su amo.
Se habían convertido en cómplices para presionar a Emily hacia todo lo que creían que necesitaba: una buena cogida para olvidar las pasadas. Al fin y al cabo, estas chicas se habían convertido voluntariamente en glamurosas esclavas sexuales.
Corantin estaba sentado en su escritorio, mirando trozos de papel cubiertos de inscripciones arcanas. Las inscripciones explicaban cómo lanzar el hechizo distintivo de los magos de batalla viclardianos: conflagración arcana. Se decía que fue creado por el legendario mago Viclard y utilizado con gran éxito durante sus conquistas y la fundación de Viclardie.
Finalmente, apartó la vista del escritorio y pensó en el progreso de Emily. Desde que había seguido el consejo de sus amigos, había progresado constantemente usando juguetes, incluso llegando a usar consoladores. Sus pensamientos fueron interrumpidos repentinamente por dos brazos que lo rodeaban del cuello.