DOMINIKA
Busqué mi teléfono con las manos temblorosas porque no sabía qué iba a pasar conmigo. Me enredé bien la toalla y di vueltas por toda la habitación mientras contenía el aire esperando a que Damiano respondiera. No lo hizo. Me había pasado toda la mañana intentando hablar con él, mandándole mensajes, pero solo me dejaba en visto.
Sentí que un frío se sentó en mi estómago a causa de la indiferencia que estaba viviendo con él. Me acordé del servicio de spa, había llegado en con el pecho agitado al restaurante, y había tardado ocho segundos más de lo previsto en regresar a la mesa. Cerré los ojos intentando tranquilizarme.
Odiaba cuando esto pasaba.
No podía salir de mi habitación, no podía acudir a su ropa, o tal vez sí, ¿Cómo le haría para estar lista a tiempo para la cena de beneficencia? Mi corazón palpitó con fuerza, y fue hasta mediodía que recibí un mensaje de él.
DAMIANO: Estoy muy decepcionado de que ayer en la mesa hiciste que nuestra anfitriona esperara. Fueron ocho segundos, Domi.
Mis manos temblaron y aventé el teléfono a la cama. No podía estar pasando. No de nuevo.
*
Mi marido llegó a la casa a las siete de la noche, era el tiempo justo para poder tomar un baño y prepararnos para poder ir a la cena de beneficencia. Damiano entró a la habitación con un ramo de rosas rojas dejándolas a un lado de mi cama.
— Hola, mi amor —. Le sonreí nerviosa. Aún tenía la toalla puesta, pues sabía que si tomaba prestada de su ropa se enojaría.
— Hola, cariño. Muy bien, veo que estás pensando en lo que hiciste —. Me sonrió. Se dirigió hacia mí y me dio un beso en la frente.
Intenté sonreír.
— Yo. . . Tengo el tiempo justo para poder cambiarme y. . .
— No, no, Domi, el vestido y la buena vida van a desaparecer por un momento. Ayer fueron ocho segundos los que te tardaste, y llegaste al restaurante con el pecho agitado. Eso no es digno de una esposa perfecta.
— Mi amor —, mi cuerpo empezó a temblar—, yo. . . Tuve que correr para poder llegar a tiempo. . . Me avisaste tarde que teníamos una cena. . . Por favor. . . —Mi voz se volvió suplicante.
— Los vestidos bonitos son para las esposas perfectas, Domi. Tú eres una mujer hermosa, pero incluso te tuve que mandar al spa para que esas espantosas ojeras te las quitaran ¿Qué van a decir los vecinos o peor aún, nuestros conocidos si te ven en ese estado? Me propuse a que fueras la mejor esposa de todas, ¿y así me pagas?
— No, de verdad que no —. Me removí en el sillón de pensar—. Siempre acudo de manera puntual a mis tratamientos, no me salto ni una sola clase de pilates, y sigo cada tratamiento facial, tú lo sabes.
— Y aun así no aprovechas lo que te estoy dando. Te estoy dando una vida de lujos, Domi. Me estoy partiendo el lomo todos los días para darte la mejor de las vidas. Son lujos que toda mujer desearía tener, y tu esposo que te ama con locura te lo da todo sin que te esfuerces. Así que espero que pienses y valores todo lo que te doy.
— Te prometo que lo voy a hacer —. La angustia estaba haciendo temblar mi corazón—. De verdad que lo hago.
— Así me gusta —. Me dio un beso en la frente, y fue todo lo que hizo antes de dejar de dirigirme la palabra e ignorarme por completo—. Y si vas a seguir con tu ropa bonita, pero hoy no, cariño. Lo hago por tu bien.
Por más que le dirigía la palabra, le hacía preguntas, él simplemente me ignoró, y no apareció por tres días. Le llamé un montón de veces, intenté contactar con él, pero me estaba haciendo lo mismo que muchas veces atrás.
Y yo me sentí más culpable.
*
Al tercer día, una de las señoras del servicio entró a mi habitación con unos percheros cargados con ropa nueva.
— ¿Ya se siente mejor, señora? —Me preguntó Juanita al ver que todavía no me levantaba de la cama. Tenía que ocultarme debajo de las sábanas para que no vieran mi desnudez.
— ¿Mejor? —Parpadeé.
— Sí, el señor nos contó qué. . . Bueno, no me corresponde decirlo, pero me alegra verla mejor —. Parecía que la mujer se estaba disculpando.
— Yo. . . No estoy enferma —. Le dije a Juanita, que me sonrió apenada.
— Me dijo el señor que diría eso, aunque no tiene nada de malo que tome tratamientos alternos. Son muy buenos para el alma, señora.
— ¿Tratamiento holístico? —No sabía qué mierda estaba diciendo Juanita, pero esto era todo menos un tratamiento holístico. Esto me asfixiaba a la menor falta más estúpida. No era para nada algo que me quitara el dolor de la vida.
— Señora, no se preocupe —. Me dio un apretón de manos, que lejos de tranquilizarme, me estaba crispando los nervios.
— Mi esposo, ¿sabes si se fue de viaje de negocios? —Nunca se había ido sin mí, y deseaba cambiar de tema lo más pronto posible.
— ¿El señor? No, ha estado durmiendo en la habitación de las visitas para darle su espacio.
Seguía estando enojado. Me ignoraba y, sin embargo, tres días después me mandó un guardarropa completo. Muchos pensarán que debería sentirme agradecida, pero en el fondo renegaba de que ni siquiera podía seleccionar mi ropa. Era de marca, era moderna y sofisticada, cara, y siempre en tendencia, pero nunca la elegía yo. No tenía el control de nada respecto a mí.
¿Por qué madres me casé con él? Es un episodio que no quiero recordar. Me había empeñado en simplemente no pensar.
— Gracias, Juanita. Yo me hago cargo de la ropa. Te puedes ir —. Le sonreí a la mujer.
Dejó los percheros delante de la cama y me apresuré a bañarme antes de que Damiano entrara a la habitación. No era la primera vez que pasaba, y sabía que cuando mandaba ropa nueva para mí, tenía que estar impecable para él. Podían pasar cinco minutos, cuatro horas, o esperar todo el día para volverlo a ver. Tal como sucedió aquella noche.
Eran las nueve de la noche cuando al fin pude ver a mi benevolente esposo. Llegó con un arreglo de quinientas rosas rojas a la habitación. Un par de en empleados tuvieron que ayudar a cargar el enorme arreglo floral y ponerlo sobre el escritorio que teníamos en la habitación.
Traía puesto un vestido blanco de Versace y unas zapatillas doradas de tacón de aguja de Miu Miu. Me encontraba en el reposet que estaba frente a la cama.
— ¿Cómo sigues, mi amor? —Me preguntó saludándome con un beso en la frente.
Sentí ese retorcijón visceral de repudio hacia él. Sin embargo, tuve que poner mi mejor cara y sonreír. No quería que las cosas escalaran.
— Bien —. Amplié mi sonrisa intentando ser convincente. No quería dar una respuesta incorrecta.
— Me alegro de que ya estés mejor. Estaba muy preocupado. Espero que las flores te gusten.
— Están divinas, muchas gracias, amor —. Me levanté de mi lugar con toda la elegancia que pude y me dirigí hacia el enorme ramo de rosas rojas que habían puesto sobre el escritorio que había pegado a uno de los ventanales.
— Ay, es que el señor es tan romántico con la señora.
Siempre escuchaba esas expresiones de ternura, aunque por dentro, yo sentía que me ahogaba cada día más.
Me aseguré que todo el mundo viera que estaba encantada con las flores, aunque nadie sabía que las rosas rojas, por alguna razón, eran las únicas flores que me provocaban alergia.
Y Damiano siempre me las regalaba cuando consideraba que era una mala esposa. Una que, aunque se esforzara por cumplir sus exigencias de perfección, siempre había algo que lo llevaba a regalarme rosas rojas.