ERIK
El celular aún estaba en mi mano cuando la llamada terminó, pero apenas era consciente de ello. Sentía los dedos entumecidos, el pecho ardiéndome con la mezcla de rabia y terror que me estaba consumiendo. Una semana. Esa maldita serpiente me había dado una semana para conseguir lo que pedía, o mi hijo desaparecería.
Respiré profundo, intentando calmar el temblor que me recorría, pero el esfuerzo fue inútil. Mark estaba con ella. Mi bebé, mi niño, estaba en manos de una maldita psicópata. Mis pulmones ardían, la garganta se me cerró y de repente todo explotó en mi interior como una explosión solar que alcanza a la tierra.
Con un rugido, lancé el teléfono contra la pared con toda mi fuerza. El golpe resonó por todo el departamento. La pantalla se partió en mil pedazos y cayó al suel
