DOMINIKA Entrar a la casa de Erik fue todo un descubrimiento, pues creí que sería un reverendo caos por ser un papá soltero; sin embargo, me llevé la sorpresa de que en su hogar reinaba un orden que no había visto nunca. — ¿Tienes hambre? —Di un respingo al escuchar la voz de Erik. Me habría gustado negarme, pero llevaba corriendo de Damiano desde hace más de un día y no había probado bocado alguno. — Puedo hacer yo la comida. . . — No, vamos a encargar comida en lo que nos ponemos cómodos —. Me dedicó una sonrisa, y por alguna razón sentí que el calor de mis mejillas se me ponía como un microondas de resistencias.— ¿Qué tipo de comida te gusta? — De verdad yo. . . — De verdad, creo que los dos necesitamos un poco de descanso y no te voy a poner a trabajar cuando también has tenido u

