Capítulo 10

1936 Words
Hannah El ritmo de la música resonaba a través de mi cuerpo. Mi pecho vibraba con los graves. Mi corazón latía con el movimiento constante. Mi cerebro se enfocaba en la letra, mis extremidades en el ritmo. El escenario en el que estaba se encontraba en el centro de la pista de baile. Fue el primero que estuvo disponible. Normalmente prefería un lugar en el perímetro. No quería atención. No quería ser vista. Quería mezclarme con los lados del club. Y usualmente, aparte de la última vez que estuve aquí, lograba que eso sucediera. Pero cuando este escenario quedó libre, no iba a perderme la oportunidad, así que subí la escalera una vez que la bailarina bajó, y tomé mi lugar en la estrecha plataforma. Necesitaba estar aquí esta noche. En mi cabeza, juraba que decía eso cada vez, pero esta noche se sentía especialmente importante porque esta semana había sido horrible. La calificación reprobatoria en mi ensayo había sido solo el comienzo, y eso me sacudió hasta el núcleo. Cuando volví a casa del trabajo la tarde siguiente, un nuevo cable de alimentación estaba conectado a mi portátil desde que Jess fue a la tienda, y me senté a escribir lo que habría hecho la noche anterior. Después de leer cada párrafo, decidiendo que estaba en la mejor forma posible, envié la copia final a mi profesor, reiterando lo que había dicho en mi primer correo, junto con fotos del cable roto para probar que no mentía. No haría una diferencia, pero no podía rendirme sin pelear. Deseaba que las malas vibras hubieran terminado ahí. No fue así. También había surgido un problema en el trabajo. Algo que aún hacía temblar mis manos cada vez que lo pensaba. Algo que me hacía cuestionar por qué no había escuchado a Clem y renunciado para poder pasar los próximos dos meses en paz. Mi compañera de trabajo Malia y yo dividíamos responsabilidades. Había tareas que prefería y tareas que a ella le encantaba hacer, así que las intercambiábamos. Trabajábamos el mismo horario, siempre. Así que, a menos que una de nosotras le enviara un mensaje a la otra para advertir que no vendríamos, se asumía que yo la ayudaría y ella haría lo mismo. Fui ayer, pensando que no sería diferente. Excepto que ella llamó diciendo que estaba enferma y nunca me lo dijo. Y aunque nunca nos cruzábamos durante nuestro turno, no pensé nada al respecto. Estaba demasiado consumida mentalmente para prestar atención a un detalle tan grande. Cuando mi gerente me llamó una hora después de llegar a casa, preguntándome por qué no había terminado todas mis tareas, no sabía de qué hablaba. No se me ocurrió que Malia había faltado, ella no me haría eso. Pero al mismo tiempo, ¿de dónde venía la acusación de mi gerente? Mi gerente no podía entender por qué estaba preguntando por la asistencia de Malia, y cuando finalmente me respondió, diciendo que Malia estaba enferma, expliqué cómo nos asociábamos. A mi gerente no le parecía una forma eficiente de trabajar. De hecho, no estaba nada impresionada con nuestra decisión. No estaba en un rol donde se me permitiera delegar. Era únicamente responsable de mis tareas, y no se habían completado, y mi gerente estaba furiosa. Lo que resultó en una amonestación escrita. La primera en los cuatro años que había trabajado allí. Y tuve que volver a mi trabajo para recibir la advertencia en persona y firmar el papeleo. Para empeorar las cosas, Malia no estaba enferma. Había ido al restaurante de Jess y Clem esa noche con algunos amigos y festejó hasta el cierre. No podía entender por qué me haría eso. Ni siquiera me molesté en preguntarle, pero cuando nos cruzamos en la sala de empleados durante el turno de esta mañana, le dije con la voz más amable que pude reunir que estaba sola. Yo me encargaría de mis cosas, y ella necesitaba hacer las suyas. Las únicas personas que me respaldaban en esta isla eran mis hermanas, y no podía olvidarlo nunca. Pero, maldita sea, había sido una lección dura de aprender. Y realmente solo quería que esta semana se disolviera en el aire, por eso estaba tan emocionada de venir aquí esta noche. Por eso había estado contando las horas hasta que pudiera pararme en este escenario y perderme. Y por eso me sorprendió que mientras movía mi cuerpo por la estrecha plataforma, con los brazos ondeando sobre mi cabeza, las caderas balanceándose, sentí que algo me invadía. Algo que era increíblemente fuerte. Algo que era dolorosamente familiar. Algo que me llevaba de vuelta a la última vez que estuve aquí. —Mirando bajo mi vestido otra vez, veo. —Me giré hacia la dirección en la que sabía que estaría el desconocido devastadoramente guapo, su mirada tan abrumadora que estaba segura de su ubicación. Lo que me sorprendió fue, primero, lo difícil que era respirar y, segundo, la falta de distancia entre nosotros. Había subido la escalera, y estaba en el peldaño superior. Su mirada como la de un cazador. Sus labios entreabiertos, como si estuviera listo para devorar. Su cuerpo posicionado de manera que fácilmente podría levantarme. Tal vez quería acercarse para poder escucharme. Este escenario estaba definitivamente en un lugar más ruidoso que el último en el que estuve. Tal vez pensó que por lo que había pasado entre nosotros, ya no había límites. Fuera lo que fuera lo que asumiera, estaba equivocado. —No estoy mirando bajo tu vestido —gruñó, lo suficientemente cerca como para que lo escuchara por encima del ritmo—. Solo lo estoy admirando. Una sonrisa cruzó su rostro sexy. La barba se había espesado en los días que habían pasado. Ojos que eran de un verde más opaco con destellos de azul que combinaban con su camisa y motas de oro, como el metal de sus pulseras. Había varias alrededor de su muñeca, bandas de cuero trenzado, algunas con cierres, que no estaban en él la última vez. Lo habría recordado. No había un detalle que hubiera olvidado. —Buenas noches, Pequeña Bailarina. Lo sentí. En todas partes. En partes de mi cuerpo que ni siquiera sabía que existían. Un eco, un pulso que latía profundamente dentro de mí, que no tenía nada que ver con la música. —Pequeña Bailarina… —repetí. Nunca podría entender cuán irónico era ese apodo. Que “Tiny Dancer” era una canción con la que mis padres bailaban la noche antes de que mi padre fuera desplegado y la noche en que regresaba. Nos mudábamos a menudo. Cada par de años, seguido de un despliegue. Cada recuerdo que tenía era en una sala de estar diferente, el tocadiscos ubicado en algún lugar dentro, pero el baile siempre era el mismo. Con el disco de Elton John puesto, papá se acercaba por detrás de mamá y ponía ambas palmas en su estómago. Para el tercer verso, lentamente la giraba hacia él. Mamá estaría escondiendo lágrimas, cubriéndolas con sonrisas. Temía que no regresara… aliviada cuando lo hacía. —He venido a este club todas las noches desde que nos conocimos, esperando que volvieras. —Su mirada bajó por mi cuerpo, su rostro a solo unas seis pulgadas de donde estaba parada—. Y aquí estás. Había una razón por la que no le di mi nombre y número. Este sentimiento, esta situación, su mirada, esas eran las razones. No tenía tiempo para esto. No tenía la capacidad mental para asumir más. Estaba en mi punto de quiebre. —No deberías estar buscándome. —Giré mi espalda hacia él mientras bailaba. —¿Y por qué es eso? Estaba tan cerca que aún podía escucharlo, pero aun así dije por encima de mi hombro para asegurarme de que me oyera: —Porque no quiero que me encuentren. —Ese es un problema… Su tono me hizo girar. Nuestros ojos se encontraron. De repente, era imposible llenar mis pulmones. ¿Por qué tenía que tener los labios más deliciosos? ¿Por qué tenían que ser tan gruesos y perfectos y tentarme de maneras que me hacían recordar lo que podía hacer con ellos? ¿Por qué ese lugar entre mis piernas hormigueaba, como si él estuviera soplando sobre él? —Porque no puedo sacarte de mi mente —siseó—. He pensado en ti cada maldito momento desde que me dejaste en el autobús. Y ahora, finalmente estás aquí otra vez, y ¿sabes qué? No quería saber. No quería escuchar más de su voz, era demasiado caliente, demasiado seductora. —No me digas… —Te deseo aún más de lo que lo hice cuando te vi desde el lounge VIP, lo cual es casi imposible porque habría hecho casi cualquier cosa para probarte entonces. —Su mirada dio otro clavado hasta mis pies, levantándose gradualmente por mi cuerpo, deteniéndose en cada uno de los lugares que palpitaban por su toque—. ¿Sabes cuánto quiero romper tu regla ahora mismo? —Lamió a través de su boca, un movimiento constante que hizo que cada pensamiento en mi cabeza explotara—. Especialmente cuando sé lo bien que sabe tu coño. —Se pasó la mano por la mejilla, como si mi humedad estuviera allí y quisiera olerla—. Cómo quiero escuchar tus malditos gritos otra vez. Eres… —sus dientes rozaron su labio mientras gemía— adictiva, Pequeña Bailarina. Mi cuerpo tembló en respuesta. Haciéndose húmedo. Apretándose. ¿Cómo podían las palabras, sus palabras, tener este tipo de efecto en mí? ¿Por qué siquiera le estaba permitiendo entrar en mi cabeza? Cuando tenía tantas preguntas sobre él, empezando por dónde vivía. ¿Era local? ¿Estaba de vacaciones? Me había dicho que el autobús fue alquilado para una despedida de soltero, pero eso no me decía nada. Habían pasado cuatro días desde que estuve con él, y eso tampoco ayudaba porque fácilmente podría estar aún de viaje. Pero necesitaba entender algo, así que pregunté: —¿Viniste hasta aquí solo para acostarte conmigo? Era el hombre más atractivo que había visto en persona. Sus jeans, zapatos, reloj, camisa de botones, todo olía a dinero. Tipos con dinero, como él, atraían mujeres. Seguramente, solo por su apariencia, podría tener a cualquier chica en este club, y si le añadías bolsillos profundos, las mujeres estarían haciendo fila. No necesitaba seguir persiguiéndome. Entonces, ¿por qué lo hacía? —Vine a verte. A estar cerca de ti. Porque si no te encontraba, y no iba a dejar que eso fuera una opción, iba a perder la cabeza. —Se inclinó hacia adelante, sus dedos peligrosamente cerca de mi tobillo, pero cuando estaba a un pelo de tocarlo, se detuvo—. Estás consumiendo mi mente. No puedo sacarte de mis pensamientos. —Hizo una pausa, la intensidad en sus ojos multiplicándose—. Te deseo. No iba a dejar que nada de eso se asentara. No iba a permitir que una sola sílaba se repitiera en mi cabeza. No podía. Así que escaneé el club, mi dedo trazando el aire. —Probablemente hay cientos de mujeres aquí… —No las quiero. Sus palabras no necesitaban respaldo. Eran fuertes. Le creí. Y su mirada enfatizaba todo lo que acababa de decir. ¿Cómo podía este hombre hacerme sentir como si fuera la única mujer en este club? ¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué me quería? ¿Por qué estaba pasando esto ahora y no en dos meses, cuando podría pensar con un poco más de claridad? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD