Capítulo 26

1573 Words
ISAIAH Mi hermosa Pequeña Bailarina , pensé cuando se abrió la puerta de la casa de Hannah. Ella salió a mi encuentro, y mi mirada recorrió su cuerpo de arriba abajo. —Dios mío, estás preciosa. Seguía vistiendo de n***o —un color que, a estas alturas, asumía que era su favorito—, y también llevaba un vestido, aunque este no era tan provocativo como los que usaba en el club. En lugar de ajustarse a cada curva de su torso, caía con un escote pronunciado, se ceñía en la cintura y se abría en una falda que llegaba unos centímetros por debajo de las rodillas. En los pies llevaba sandalias que le daban un par de centímetros extra de altura a su pequeña figura. Ella sonrió. —Tú tampoco te ves nada mal. Cuando llegó hasta mí, la rodeé con los brazos y la atraje contra mi cuerpo. Antes de que pudiera detenerme, presioné mis labios sobre los suyos. Mierda , esto era todo lo que había estado deseando. Su sabor. Su calor. El modo en que su aroma y su calor se mezclaban con los míos. No se apartó ni retrocedió. Lo que hizo fue apoyarse más en mí y entreabrir los labios para que pudiera saborear aún más de su dulzura con sabor a limón. Después de unos segundos, tuve que obligarme a separarme, lamiendo el sabor que había dejado en mis labios. Respiré hondo varias veces para calmarme; mi erección era implacable, no tenía intención de ceder pronto. —Antes de que subas al auto, tengo algo para ti. Ella se pasó los dedos por los labios varias veces, como si intentara procesar lo que acababa de ocurrir y lo que la había hecho sentir. Pasaron unos segundos antes de que bajara la mano y alzara las cejas. —¿Tienes algo para mí? Tomé esa misma mano y la guié detrás del SUV, esperando a que el conductor presionara el botón que abría el maletero. Cuando el pestillo se levantó, saqué cuatro fundas de ropa extendidas sobre el piso, sosteniéndolas por sus ganchos metálicos. —Para ti. —Isaiah, ¿qué es todo eso? Era demasiado para mostrárselo pieza por pieza, así que respondí: —Sé que aún no te he hecho la pregunta importante, pero, por si quieres que la entrevista ocurra, te conseguí algunas cosas para que uses en ella. —¿Qué? —Dijiste que estabas segura de no tener nada lo bastante bueno en tu armario. Estoy seguro de que sí tienes, pero, por si acaso, solucioné ese problema. Negó con la cabeza, como si intentara sacudirse el aturdimiento. —Espera un momento. ¿Fuiste de compras para mí? Solté una carcajada. —Hice que alguien se encargara de esa parte. Solo elegí mis favoritas entre las prendas que me mostraron. Atuendos con los que moriría por verte puesta. —¿Y cómo supiste mi talla? —preguntó en voz muy baja. —Eres diminuta. Fue una suposición fácil. —Con la mano libre, le acaricié la mejilla. Su piel ya estaba sonrosada, pero ahora se encendió aún más.— No te preocupes, la mayoría son negras, aunque te verías increíble con otros colores. Ella miró de mí a las bolsas, con los labios entreabiertos, aunque sin emitir sonido alguno. —Yo… no puedo. —¿No puedes qué? —Aceptar esto. Es demasiado. No tenías que… —Quería hacerlo. Puso su mano sobre la mía. —Pero gastaste todo ese dinero en mí y… —Y quería hacerlo . —Repetiría esas palabras hasta que las entendiera, hasta que las creyera.— Es solo un regalo. Nada más que eso. Dinero que gasté con gusto en ti. Y vendrían muchos más. Iba a malcriar a esta mujer, y esto era apenas el comienzo. Pero no pensaba decírselo, no aún, cuando sabía que seguía luchando con el caos que era su vida. Ella apretó los costados de las bolsas, como si intentara calcular cuántos conjuntos había dentro. —Esto parece el armario completo de una persona. —Respiró hondo.— Isaiah, no puedo… —Sí puedes. —Asentí hacia su casa.— Ahora, llévame a tu habitación para que pueda dejar esto allí. Tengo muchos planes para esta noche, y debemos irnos. Ella no se movió. —Isaiah… —Escúchame —dije suavemente, conteniendo la urgencia de imponerme con órdenes más firmes.— Estoy jodidamente obsesionado con tu cuerpo. Poder vestirte con lo que he elegido… no hay nada más sexy. Si sigues pasando tiempo conmigo, darte regalos será una de las cosas que haré. Nunca lo he hecho antes, y ya te conté sobre mi pasado, pero tengo este deseo de hacerlo contigo . Pensé en el vestido rojo que había añadido al final. Pasé el pulgar por sus labios, tirando suavemente del inferior. No era apropiado para la entrevista, no con toda la espalda descubierta, pero en cuanto lo vi colgado en el perchero del comprador que fue a mi suite, supe que Hannah tenía que tenerlo. Ella tenía una espalda de infarto. —No me niegues algo que deseo hacer por ti. Guardó silencio varios segundos. —No sé qué decir. —Su mano se movió a mi pecho, acariciando el centro entre mis pectorales.— Aparte de mi familia, nadie ha hecho nunca algo así por mí. Ni ropa, ni regalos, nada. Yo… —Su mirada pasó de mí a las bolsas y de vuelta.— Estoy realmente sin palabras. Gracias. Le di un beso rápido. —Llévame adentro. En lugar de responder, me regaló una sonrisa. La seguí hasta la puerta principal, que abrió con su llave. Una vez dentro, permaneció cerca de la entrada hasta que la alcancé, y luego me guió por lo que supuse era la sala. Había tres colchones inflables en el suelo, una mesa de madera con una laptop y un pequeño armario al fondo. —Solo tengo que hacer un poco de espacio. Un segundo. Se colocó frente al armario y comenzó a mover cosas a los lados. Era más pequeño que el de mi suite de hotel. Cuando logró despejarlo un poco, tomó las bolsas de mis brazos y las colgó. —Así que, este es nuestro pequeño hogar. —Se volvió hacia mí.— Mi cama está ahí —señaló el colchón a pocos pasos—, y ese es mi escritorio. —Trazó un círculo en el aire hacia la laptop.— Jesse y Clementine duermen allá —añadió, apuntando a los otros dos colchones.— La cocina está por ese arco —dijo señalando la habitación contigua— y el baño, por allá. —Hizo una pausa.— Ahora entiendes por qué quiero mudarme. Ya no estaba mirando el lugar; mi atención estaba completamente en ella. —No hay nada de malo con este sitio, Hannah. Claro que era pequeño. Dormían en colchones inflables en lugar de camas reales. Tenían más cosas de las que el espacio permitía. Pero yo conocía la demografía de la isla; la había estudiado durante meses para preparar la construcción y la contratación del personal. Sabía cuánto costaba vivir allí, y el alquiler era absurdo en relación con los ingresos promedio. Estas tres mujeres lo hacían funcionar. Unían recursos y tenían un lugar propio, cerca del mar. Eso era admirable, no algo para menospreciar. —No hay nada de malo —coincidió.— Pero sueño con el día en que tenga mi propia habitación y pueda cerrar la puerta, disfrutar un segundo de silencio. Y de privacidad. A menos que mis hermanas estén trabajando, como ahora, casi nunca tengo un minuto sola en el baño. —Necesitas ponerle un cerrojo a esa puerta. —Reí. Ella puso los ojos en blanco. —Conociéndolas, lo forzarían. —Su mano se posó en mi brazo, lo acarició con el pulgar y apretó.— Por muchas razones, gracias. —Ya me lo agradeciste. No tienes que hacerlo otra vez. —Sí, debo hacerlo. El silencio se extendió entre nosotros. Un momento en el que podría haber dicho tanto. En el que podría haberla alzado en brazos y acostado en la cama. En el que podría haber despedido al chofer y pasar toda la noche allí, haciendo todo lo que había estado fantaseando. Pero eso significaría perder la oportunidad de ver su rostro cuando descubriera lo que tenía preparado. No iba a dejar pasar eso. —De nada. —Le rodeé la espalda con un brazo.— ¿Estás lista para irnos? Ella no retiró la mano de mi pecho de inmediato. La mantuvo ahí, extendiendo los dedos, observándome con atención. —Sí, estoy lista. Mi mano se deslizó hasta su espalda baja mientras salíamos hacia el SUV. —¿Chofer esta noche? —preguntó cuando le abrí la puerta trasera. —Era necesario. —Cerré la puerta y subí por el otro lado, sentándome junto a ella, donde pasé mi brazo por sus hombros. No podía dejar de tocarla. Ni siquiera lo intentaba. Donde mis dedos querían ir, los dejaba ir. Cuando mis labios la deseaban, la besaba. Ella no me dio ninguna señal de que quisiera que me detuviera. Y hasta que lo hiciera, no pensaba hacerlo. Necesitaba que sintiera cuánto la deseaba. Que experimentara la intensidad que me recorría el cuerpo por ella. Debía ver que, si algún día estábamos juntos, así sería nuestro futuro. Y esa noche le daría una probada de ello.
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