Capítulo 19

1824 Words
ISAIAH Le sonreí a mi amigo. —Si se libera un espacio —y ese “si” es muy pequeño—, tendrás la misma oportunidad que los demás restauranteros con los que trabajamos. Pero lo que sí puedo decirte es que, si eso ocurre, será mejor que prepares una maldita buena propuesta. Todos quieren Beverly Hills. Mi equipo querrá saber por qué deberíamos escogerte a ti. —Muy bien dicho —aplaudió Eden—. Eso acaba de hacer que te respete aún más. Le guiñé un ojo. —Ahora, si hubieras ofrecido una Ferrari 250 GTO de 1962, mi respuesta podría haber sido diferente. —¿La que se vendió hace poco por más de cuarenta y ocho millones? —exclamó Hart. —Esa misma —confirmé. —Tonterías —replicó Beck—. Igual que yo, eres un hombre que disfruta comprando sus propios juguetes —hizo una pausa—. ¿Tengo razón, verdad? Asentí de nuevo. —Tienes razón. —Entonces, ¿me estás diciendo que unos cuantos millones en un cheque a tu nombre no harían el truco? —insistió Hart. Sonreí al grupo entero. —Ni, aunque le agregues un cero… o dos. En cuanto terminé la cena con los Weston, conduje hasta el club, estacioné el Range Rover en el último lugar disponible y me dirigí a la entrada. No les había dicho que saldría; les había dicho que me iba a la cama. Lo último que quería, en caso de que Hannah estuviera aquí, era tener que entretener a un grupo de cinco personas y no poder hablar con ella. Habían pasado cuatro noches largas, jodidamente miserables, desde que la había visto. Desde que había estado en el club. Desde que mis manos habían tocado su cuerpo. Odiaba que Camden tuviera razón, que parecía estar acechando este lugar, pero no tenía elección. Me negaba a rendirme, y venir aquí era la única manera que conocía para encontrarla. Como ya era cliente frecuente, conocía a los porteros que trabajaban en la entrada. En lugar de esperar en la larga fila que rodeaba todo el edificio, fui directo al frente, estreché la mano del guardia con un billete de cien dólares escondido en la palma y, una vez el dinero estuvo en su poder, entré sin problema. En cuestión de segundos, mi cuerpo empezó a latir con fuerza, mis manos sudaban y mis ojos recorrían el interior del lugar como si estuviera viendo un maldito partido de tenis. Ella estaba aquí. No lo sabía porque la hubiera visto ya—había demasiada gente y la pista de baile estaba repleta—; lo sabía porque el aire era distinto cuando Hannah estaba presente. Examiné cada uno de los escenarios hasta que mis ojos se detuvieron en ella. Jódeme. Estaba al borde del salón, cerca de la zona desde donde la había visto la primera noche, en el área VIP, con el mismo vestido n***o ceñido al cuerpo. Su largo cabello oscuro caía por su espalda como una maldita cascada. Sus caderas se movían como si estuviera en un bote en plena marejada. Y aunque estaba lejos, demasiado lejos para oler su aroma, con solo ver su rostro y su cuerpo desde esa distancia, mi polla ya estaba dura como una roca. Ninguna mujer en este club podía compararse. Ni en su aspecto ni en su manera de moverse. Ella era perfección, y las demás ni siquiera competían. Me abrí paso entre los bailarines, rodeando los escenarios, esquivando a los clientes hasta colocarme justo bajo su plataforma. Agarré el peldaño más alto que alcancé y me acerqué tanto como pude sin subir la escalera. Una vez más, estaba a una altura que ofrecía la vista más sensual posible, mis ojos encontrándose con un par de bragas oscuras que, lamentablemente, cubrían su sexo. Pero la suavidad de sus muslos internos y la firmeza de sus piernas largas y tonificadas lo compensaban. —¿Cómo supe que, al sentir a alguien mirándome bajo el vestido, ibas a ser tú? —sus ojos finalmente se cruzaron con los míos, fulminándome desde su pedestal. No pude evitar sonreír. —No has llamado ni enviado mensajes. —Y aun así arrastraste tu trasero hasta aquí. Pensé que ya habrías captado la indirecta. —Me dio la espalda y comenzó a bailar en la dirección contraria. —O asumí que te gustaba la persecución. —Asumiste mal —dijo por encima del hombro. El área en la que estábamos era como un rincón apartado; la música no sonaba tan fuerte, así que ninguno de los dos tenía que gritar. Observé su trasero en forma de corazón, imaginando cómo se sentiría hundirme en él. —Entonces, ¿por qué se te enrojeció la piel cuando me descubriste mirándote bajo el vestido? Giró la cabeza hacia mí con brusquedad, sus manos apretando las caderas. —Tengo calor. —¿Y esa también es la razón por la que tus pupilas se dilataron? —Isaiah… tienes que estar bromeando… —¿Y también por eso respiras más agitada ahora que hace unos minutos? He estado mirándote todo ese tiempo, Hannah, así que lo sé. Entrecerró los párpados, pero aún se negaba a girarse completamente hacia mí. —Yo… —Y si sabías que vendría, entonces ¿por qué estás aquí? Hay otros clubes… —Este es mi club. —Se volvió hacia mí—. Vengo aquí desde mucho antes que tú. La verdadera pregunta es, ¿por qué estás tú aquí? —Porque no puedo dejar de pensar en ti —dije, tirando del cuello de mi camisa; el calor que emanaba de su cuerpo me hacía sudar como un condenado—. Porque te deseo. Porque las dos veces que te he tenido no han sido ni de lejos suficientes. —Patrañas. —Ah, está más insolente de lo normal esta noche. —Alcé la mano hacia donde estaba de pie, intentando rozar con mis dedos su tobillo, pero ella se apartó, sin permitírmelo—. Sabes, por cómo gritabas en la ducha, realmente pensé que ibas a buscarme para que te diera otra ronda. Sus labios se curvaron mostrando los dientes, como una cazadora a punto de atacar. —No te necesito para hacerme gritar. Puedo hacerlo sola. —No lo dudo. Pero no es lo mismo que conmigo. —Pasé la lengua por mi labio inferior, recordándole la fuerza y el poder de mi lengua—. Recuerdas lo buena que es… y sé que la quieres otra vez. Pasaron unos segundos antes de que dijera: —Lo que no quiero es a un tipo como tú. —Su garganta se movió al tragar—. Siento que ya he sido bastante clara. Por favor, escúchame esta vez. —Asintió hacia la salida—. Puedes regresar al hotel o a Los Ángeles, como prefieras. Solo no te quiero aquí, ni cerca de mí. Hubo algo en lo que dijo que me golpeó con fuerza. Algo que necesitaba que respondiera. —¿Un tipo como yo? —esperé—. ¿Qué demonios significa eso? —Pausé otra vez—. Ya te dije quién era y cómo era con las mujeres; no te oculté nada, si es a eso a lo que te refieres. Pero también te dije que, desde que te conocí, algo en mí cambió… y quiero algo más. —No te creo. Así que tenía razón: todo esto era por mis viejas costumbres. —¿Por qué? No te he dado ninguna razón para dudar de mí. —Como no respondió, añadí—: He venido aquí cada noche, Hannah, esperando verte aparecer. Si solo quisiera acostarme contigo, ¿crees que me molestaría en hacer eso? Buscaría a alguna chica en el hotel para tirármela. No quiero eso, y no quiero a nadie más. Te quiero a ti. Se movió hasta el borde del escenario. —¿Vas a intentar convencerme de que no eres el mayor coqueteador del planeta? ¿Que las mujeres no se te rinden a los pies? ¿Que no caes ante sus insinuaciones? Porque eso no me lo creo. Pasé los dientes sobre mi labio. —No se me rinden, eso sería un poco exagerado. —Idiota —rodó los ojos—. Sabes perfectamente a qué me refiero. —Las mujeres tienden a ser un poco más… directas conmigo, sí. ¿De dónde demonios venía todo esto? Eran acusaciones que nunca me había lanzado antes. No parecía que le importara tanto como para hacerlo. Pero ahora, de pronto, me cuestionaba si era el hombre que había dicho ser. Si tenía tantas dudas, ¿por qué no me llamó? ¿Por qué me evitó? ¿Por qué dejó que esos sentimientos se cocieran hasta llegar a este punto? —Las mujeres me han tratado así toda mi vida adulta. A veces cedo, a veces no. Pero puedo decirte que, desde que empezamos a vernos, no he estado con nadie más. No he querido hacerlo. —Esperé a que dijera algo—. No te estoy mintiendo, Hannah. No lo haría. Y sé que solo son palabras, que no puedo probarlo, pero espero que me creas. —Miré hacia la entrada del club y solté una risa baja—. Los porteros de allá pueden confirmar que he estado viniendo cada noche por ti. Les he estado llenando los bolsillos con billetes de cien solo para no tener que hacer fila. Dime, ¿qué maldito idiota haría eso si no sintiera nada? Ella se mantuvo en silencio, pero siguió mirándome, casi como si me viera por primera vez. —¿Qué quieres, Isaiah? Quería volarla a Napa para pasar un largo fin de semana. Quería comprarle cincuenta vestidos negros nuevos. Pero tenía la sensación de que solo recibiría un no tras otro. Así que empecé con algo pequeño y dije: —Quiero invitarte a cenar. Sus preciosos pechos se elevaron al llenar los pulmones. —Si me niego, ¿seguirás viniendo aquí a buscarme? —Aunque digas que sí, voy a seguir viniendo. Me gané una pequeña sonrisa, y enseguida negó con la cabeza, como si intentara borrarla de su rostro. —Nunca he conocido a nadie como tú. —Y yo nunca he conocido a nadie como tú. Por eso quiero esto. Por eso te quiero. —Apreté el borde del escenario junto a sus pies—. ¿Cuándo puedo invitarte a salir? Encogió los hombros. No quería dejar pasar el momento. Sentía que por fin la estaba ablandando un poco, y si nos separábamos, eso podía cambiar. —¿Qué tal ahora? —propuse. —¿Ahora mismo? Asentí. —Hay un restaurante abierto las veinticuatro horas, no muy lejos del hotel. Me recibió con más silencio hasta que dijo: —¿Aceptarías un no por respuesta? Mi sonrisa se ensanchó. —Ni de jodida casualidad. —Entonces, supongo que… vamos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD