Isaiah
El bar estaba junto al vestíbulo del hotel, escondido en una esquina cerca de las ventanas, construido en forma de óvalo con taburetes posicionados alrededor de toda la circunferencia. La mitad de los asientos estaban vacíos, sin embargo, la desconocida eligió el que estaba justo a mi lado. Sin mirar, el movimiento de ella sentándose me envió una ola de aire, el aroma diciéndome que era mujer. Y en el momento en que se acomodó en su asiento, instantáneamente sentí sus ojos sobre mí. Escuché su respiración. Sentí el roce de sus pantalones mientras cruzaba las piernas, la tela rozando el lado de mi muslo.
Cuando miré en su dirección, su expresión confirmó exactamente lo que había sospechado. No había elegido ese taburete al azar, ni sus pantalones me habían tocado accidentalmente.
Esta mujer tenía un motivo, la mirada en sus ojos diciéndome que era sexo.
Lo quería.
Ahora.
Y lo quería conmigo.
Había estado aquí muchas veces antes. Parecía que donde quiera que estuviera, sin importar lo que estuviera haciendo, las mujeres se sentían atraídas por mí. Me habían dicho que era debido a una combinación de mi buena apariencia y que era un hombre cuyo atractivo s****l emanaba de cada poro.
Mis amigos me llamaban un imán.
Fuera lo que fuera, sucedía sin parar.
Y durante los últimos siete años, había sido una cualidad por la que me sentía jodidamente bendecido. Quería tantas mujeres como fuera posible a mi alrededor. Quería elegir a mi favorita y llevarla a casa.
Quería ahogarme en coños.
Pero la semana pasada, todo eso había cambiado.
Ya no era ese hombre. Mierda, ni siquiera sabía quién era.
Mientras estaba sentado aquí con un vaso de whisky, mirando hacia la playa, por primera vez en todos estos años, no estaba buscando una mujer para llevar a mi cama.
No estaba entablando conversación.
Ni siquiera quería que ella me mirara o me cubriera con atención visual, algo que siempre anhelaba ya que el coqueteo visual era el primer paso del juego previo.
Porque lo que quería era a Hannah.
Y solo a Hannah.
Fue ese pensamiento, esa realización, lo que me hizo llevar el vaso a mis labios y tomar un sorbo del licor ámbar.
—Hola.
Ahí estaba, el inicio inicial. Su entrada. Su voz toda suave y seductora, como si esperara que la charla trivial llevara a una conversación real.
Esto era lo que había estado intentando evitar todo el tiempo, por eso había elegido este lugar en particular ya que no estaba cerca de nadie más.
—Buenas tardes —respondí.
No la ignoraría. Era un imbécil, pero no era jodidamente grosero.
—Tengo que saber… ¿qué llevas puesto? Hueles absolutamente delicioso.
Otra mirada rápida mostró que cumplía con mis criterios habituales. Cuerpo en forma. Cabello castaño oscuro. Labios lo suficientemente grandes como para llevar cada pensamiento a mi pene, o lo habrían hecho antes de Hannah.
Sexo en una botella, era la respuesta que normalmente daba cuando me hacían esa pregunta. Tenía varias botellas que rotaba constantemente; usualmente no podía recordar cuál había rociado. Cada vez que describía mi colonia de esa manera, si ella no estaba ya excitada, lo estaría.
Escuchar sexo salir de mi boca era un afrodisíaco inmediato.
Pero esa no era la respuesta que esperaba en mi lengua esta noche. —Uno de los diseñadores. No recuerdo cuál.
—Bueno, no uses nada más. —Sus ojos recorrieron toda mi longitud—. Este es tan perfecto para ti.
—Te lo agradezco. —Miré al barman, sacudiendo mi vaso en el aire, dejándole saber que era hora de una recarga, y terminé lo que quedaba.
—¿Estás aquí de vacaciones?
—Negocios —respondí—. Todo trabajo, nada de placer para mí.
—Qué lástima.
Una mirada mostró que me miraba con una mirada que conocía demasiado bien. Una que me decía que lo único que nos separaba era la ropa, y ella estaba jodidamente desesperada por quitársela.
Tomé el vaso que el barman acababa de colocar y continué: —Mi última bebida antes de subir al avión en… —revisé mi reloj, pero no presté atención a la hora— menos de dos horas.
Una mentira. Pero necesaria.
Excepto que noté que no sirvió de nada. La mirada no había dejado su rostro.
Solo se intensificó.
—Apuesto a que puedo cambiar la parte del placer. —Se acercó por el espacio y puso su mano en mi brazo—. Tienes unos treinta minutos antes de que tengas que ir al aeropuerto. Sé exactamente cómo deberíamos pasarlos.
Nosotros.
No había nada más sexy que una mujer que sabía lo que quería y lo perseguía; por lo tanto, no podía culparla por intentarlo.
Ese objetivo simplemente no iba a ser yo.
Saqué mi teléfono del bolsillo y revisé la pantalla. Estaba llena de notificaciones. Lo que deseaba era que estuviera sonando para poder ocuparme con una llamada. Como no lo estaba, tendría que hacer que ocurriera una por mi cuenta.
Toqué la pantalla varias veces y la sostuve contra el lado de mi cara. Fue entonces cuando la miré y dije: —Voy a pasarlo hablando con mi esposa.
Esposa.
Joder.
Una palabra que nunca pensé que usaría, pero cuando se trataba de Hannah, había salido tan fácilmente de mi boca.
Me levanté del taburete, y cuando capté la atención del barman, le hice saber que quería que la cuenta se cargara a mi habitación.
—Que tengas un buen día —le dije antes de llevar el whisky a la parte trasera del hotel, donde tomé asiento en una tumbona de plástico junto a la piscina.
Quería que Hannah fuera quien contestara cuando la línea se conectara. Pero eso era imposible porque era el número de Camden el que había marcado.
—¿Qué pasa? —preguntó mi mejor amigo.
—Jesús, estoy esquivando mujeres a diestra y siniestra. —Reí, colocando el vaso en la pequeña mesa auxiliar—. ¿Están las cosas bien, hombre?
—Las cosas siempre están bien. ¿A quién estás esquivando? Pensé que tenías tus ojos puestos en… Tiny Dancer, ¿no es así como la has estado llamando?
Tomé la bebida de la mesa y di un sorbo al whisky. —Hannah. Ese es su nombre.
—Bueno, si conseguiste su nombre, parece que finalmente se abrió un poco contigo.
Suspiré, el recuerdo de nuestra última mañana juntos quemando un agujero en mi maldita cabeza. —Apenas. —Equilibré el teléfono en mi hombro y pasé mi mano por la parte superior de mi cabeza—. No tengo su número… todavía.
—¿Pero ella tiene el tuyo?
—SÍ —siseé—. Y no lo ha usado, ni llamadas ni mensajes.
Un punto que me estaba volviendo jodidamente loco.
Habían pasado dos días desde que la vi.
Dos malditos días, y no se había molestado en contactarme. Pensé que era extraño, cuando me detuve frente a su coche y estacioné, que estuviera dispuesta a tomar mi número y no darme el suyo. Pero como me había dicho que se pondría en contacto, no hice un drama de eso.
Ahora, desearía haberlo hecho.
—Espera. Déjame entender esto —dijo—. Te has acostado con ella dos veces—
—Supuestamente.
—Así es, todavía estamos en la fase de no admitir porque no quieres hablar de ella de esa manera. Eso es una mierda, y ambos lo sabemos. —Exhaló en el teléfono—. Así que, seamos realistas y digamos que ahora la has follado dos veces. Se escapó una segunda vez, como la primera, y no tienes forma de contactarla. ¿Estoy en lo correcto?
Doblé mis rodillas, empujando las correas bajo mis pies. —Y todavía no tengo su apellido, así que no puedo hacer que mi asistente la busque.
—Podría buscar por su nombre de pila.
Sacudí la cabeza contra la silla de plástico. —¿No crees que ya le he pedido que lo intente?
—Maldita sea.
Mis ojos se abrieron mientras me preguntaba si su respuesta significaba que había dado con algo que yo había pasado por alto. —¿Qué?
—¿Qué? —Rió—. ¿Quién mierda eres tú?
Excepto que no había dado con nada. Solo estaba repitiendo el mismo pensamiento que ya estaba en mi cabeza.
¿Quién mierda soy yo?
—No lo sé —respondí honestamente.
—Esto no suena como mi mejor amigo. De hecho, suena como si estuviera hablando con un completo extraño. Pero debo admitir, me gusta este lado de ti. El lado que le dijo a ese pacto de playboy que se jodiera.
¿Eso es lo que había hecho?
Joder.
Apreté mis dedos alrededor de los mechones, tirando de ellos. —¿Quieres saber algo más? La invité a cenar y a desayunar. Dos comidas. Y no aceptó ninguna. En cambio, me dio una respuesta de mierda, algo como que quería ir paso a paso y ver cómo iba nuestra noche primero.
—¿Y luego te acostaste con ella?
Tomé una respiración larga y profunda. —Camden… vamos.
—Amigo, solo estoy tratando de llegar al fondo de esto. —Hizo una pausa—. Sabes, tal vez no le gusta cómo la follaste. ¿Alguna vez pensaste en eso?
No.
Porque no lo creía ni por un segundo.
Conocía el cuerpo de Hannah.
Le había dado todo lo que quería.
La había hecho gritar tantas veces que estaba ronca por la mañana.
No había razón para pensar que él tenía razón, ninguna señal que apuntara en esa dirección.
Además, si no le hubiera gustado cómo follé, no se habría unido a mí en la ducha la mañana siguiente. No me habría dejado meterlo. Se habría escabullido de mis brazos mientras la sostenía contra la pared de vidrio, y habría fingido un orgasmo, lo cual sabía que no había hecho porque no podía fingir la forma en que su coño pulsaba alrededor de mi pene.
Enderecé mis piernas, las correas de la silla rebotando por el peso. —No es eso, confía en mí. Pero ella mencionó que estaba en un punto turbio en su vida y… —Recordé esa mañana muchas veces en mi cabeza. La reproduje hacia adelante y hacia atrás—. Tal vez estoy equivocado, pero cuando expliqué por qué estoy aquí, en Kauai, y que trabajaba para el negocio familiar, algo dentro de ella pareció cambiar.
—No quiere encariñarse si te vas en unos meses.
—Puedo aceptar eso.
—Entonces, ¿qué mierda vas a hacer al respecto?
Mi mano dejó mi cabello para llevar la bebida a mis labios, y sostuve el líquido en mi boca durante varios segundos antes de tragar. —Voy a ir al club a hablar con ella.
—¿Y si no está ahí?
—Ese es su lugar, bailar es lo suyo. Va a aparecer en algún momento, y seguiré yendo hasta que lo haga.
—De playboy a acosador. Jesús, nunca pensé que vería el día.
—Implacable, más bien.
—Para alguien que dijo que Kauai era una isla grande y que iba a descubrir cuántas mujeres había en ella, ciertamente has dado un giro de ciento ochenta grados, ¿no es así?
No estaba equivocado.
Había cambiado.
Pero ella lo valía.
Y aunque no sabía ciertos detalles sobre ella, como las cosas que disfrutaba hacer fuera de bailar y por qué había elegido comprar ese vestido n***o y en qué se estaba especializando y el trabajo que tenía actualmente, estaba enganchado.
Y quería esas respuestas.
Y quería aún más.
Crucé las piernas, mirando a través de la piscina, ignorando a las chicas vestidas con bikinis, haciendo nadadas al atardecer, y contemplé la vista del océano azul claro. —Camden, no sé qué mierda me está pasando.
Hubo ruido de fondo, y luego eventualmente respondió: —Clifford acaba de entrar. ¿Quieres escucharlo de ambos o solo de mí?
Antes de que pudiera responder, Clifford dijo: —¿Con quién estás hablando?
Pude notar que Camden había puesto la llamada en altavoz.
—Isaiah —dijo Camden.
—Ahhh, mi amigo dominado por un coño. ¿Cómo va, hombre? —respondió Clifford.
—Joder, eres un imbécil.
Sabía que todos habían estado hablando de mí a mis espaldas. No podían evitarlo. Mis hermanos habían estado haciendo lo mismo, enviándome mensajes que me daban mierda por estar dominado, lo cual no estaba.
Solo la quería.
Y no podía jodidamente tenerla.
—¿Qué le estamos diciendo? —preguntó Clifford a Camden—. ¿Que está listo para ser atado, como sospechábamos todo el tiempo, o que está borracho de coño, lo que él piensa que es, pero sabemos que no?
—¿Quién está borracho de coño? —preguntó una nueva voz.
—Isaiah piensa que lo está, pero realmente está enamorado —respondió Camden.
—Isaiah, mi maldito hombre —dijo la nueva voz.
Dominick.
El mayor de los Lambert. Posiblemente también el más arrogante.
—Voy a decirte lo mismo que les dije a los chicos esa noche en el club —continuó Dominick—. Ningún tipo borracho de coño deja a un grupo de amigos, celebrando una despedida de soltero, para correr por la pista de baile, como un tonto enamorado, solo para echar un polvo. No cuando echa un polvo cinco noches de siete. Y luego procede a hablar de ella el resto de la noche sin dar un solo detalle sobre lo que pasó. Solo un tipo dominado hace eso.
—Y por dominado —dijo Camden—, quiere decir enamorado.
—Jesucristo —gemí, pensando que fue una mala idea haber llamado a mi mejor amigo—. ¿Realmente creen que son un grupo de expertos en relaciones, verdad?
—Estamos en lo correcto —insistió Clifford—. Y sabes que estamos en lo correcto.
Me senté, mis pies cayendo al suelo de la piscina mientras vaciaba el resto de mi vaso. —¿Correctos sobre qué?
—Que estás enamorado de ella.
Esa palabra me golpeó.
Fuerte.
Porque no sabía qué significaba.
Cómo se sentía.
Cómo se veía siquiera.
Todo lo que sabía era que no podía sacar a esa hermosa mujer de mi cabeza.
Y no quería.
—Siento cosas por ella, sí —admití—. Y estoy tratando de salir con ella, pero no me está dando la oportunidad.
—Entonces, crea la oportunidad —dijo Dominick.
No quería hacer la pregunta. No quería inflar más sus egos ya que pensaban que lo sabían todo. Pero estos chicos tenían más experiencia con relaciones de la que yo había tenido, y tal vez habían pensado en algo que yo no.
Entrecerré los ojos, esperando no arrepentirme de esto. —¿Y cómo sugieres que haga eso?
—Eres el jodido Isaiah Hoffmann —dijo Clifford—. La encuentras. Preparas el terreno. Y la haces tuya.