Aurora
Al llegar al baño busco el cierre para poder trancar la puerta en caso de que a este degenerado se le ocurra entrar, pero esta no tiene. Maldigo por lo bajo, cosa que ya se me está haciendo costumbre desde que llegué aquí, no hay forma de que pueda bañarme tranquila en este lugar teniéndolo a él a mi alrededor.
Después de varios minutos contemplando la opción de no bañarme decido que sí lo haré. Me desvisto lo más rápido posible y me meto bajo el agua fría. Ni siquiera espero a que se caliente, cuanto antes termine mejor.
Salgo temblando de la ducha buscando mi toalla solo para darme cuenta de que me la olvidé fuera. Abro todos los armarios del baño intentando encontrar una pero no tengo éxito en mi búsqueda, ¿en serio este hombre no es capaz de tener ni una misera toalla en su baño? He encontrado cosas dentro de esos armarios que preferiría no haber visto nunca, pero después no tiene ni pestillo en la puerta ni toalla en los armarios.
Abro la puerta siendo lo más cuidadosa posible para asegurarme de que no haya nadie en la habitación. Corro lo más rápido posible hasta mi toalla y suelto un suspiro de alivio al estar ya envuelta en ella.
- Bonito trasero-. Dice una voz desde la entrada.
Giro lentamente sobre mi propio eje y lo veo apoyado contra el marco de la puerta. Mi cara se pone roja de vergüenza y las palabras casi no salen de mi boca.
-¿Qué haces aquí? Te dije que no podías entrar-. Todo esto lo dije tan rápido que dudo que se haya entendido algo.
-Dijiste que no podía entrar al baño, pero nunca dijiste que no pudiera entrar a la habitación. Habitación que, por cierto, es mía y en la que tengo todo el derecho de entrar cuando yo quiera.
-¿Al menos podrías salir mientras me cambio?
-No.
-Por favor.
-No. No hay nada que no haya visto antes, o ¿quién crees que te vistió con esa lencería?
-No serías capaz-. Digo imaginando lo peor.
-Capaz sí, pero en realidad te vistió la mujer que trabaja para mí, yo solo estuve presente para asegurarme de que todo estuviera correcto.
Mi cara debía de ser un poema en ese momento, o al menos eso me daba a entender su molesta risa.
-La verdad no entiendo que es lo que te hace gracia, eres un degenerado y un perverso.
-No te lo niego.
Supongo que mi cara de fastidio habló por mí, porque él no dijo ni una palabra más.
Cojo mi ropa como puedo y me dirijo hacia el baño para intentar tener un poco más de privacidad, pero de nada sirvió pues la puerta se abrió cuando recién la acababa de cerrar.
-¿Acaso estás huyendo de mí?- Pregunta aún sabiendo la respuesta.
-Pues sí, sólo te estoy pidiendo que me dejes cambiarme tranquila.
-Vale, tú ganas, te dejaré sola pero con una condición.
-¿Qué condición?- Pregunté. Con él la condición puede ser peor que dejar que esté aquí dentro.
-La puerta debe estar abierta en todo momento.
-¿Y ya está, solo eso? Yo pensé que ibas a pedirme algo totalmente distinto.
- Sí, solo eso. ¿Aceptas?
-Acepto.
-De acuerdo, yo me sentaré en la cama, si necesitas algo solo dímelo.
Asiento con la cabeza. Veo como va hacia la cama y se sienta justo en la esquina que da para el cuarto de baño. Debí presentir eso.
Le doy la espalda y empiezo a ponerme la ropa, ropa que había cogido sin mirar gracias a las prisas. Cuando voy a ponerme el vestido me doy cuenta de que es uno de lana gruesa, perfecto para el invierno, pero no lo más ideal para las temperaturas de aquí abajo. Esto realmente no me importó y acabé poniéndomelo. Al darme la vuelta lo veo con esa sonrisa en la cara que ya me está empezando a irritar.
-Aunque te ves muy bien con ese vestido, no creo que sea lo ideal para estar aquí-. Se levanta y se dirige hacia mi maleta, en donde empieza a rebuscar.- Veamos lo que hay por aquí… Toma, ponte esto-. Dijo sacando un bañador de color blanco.
-Eso es un bañador.
-¿En serio? Pero si parece un vestido.
-Que exagerado.
-Entonces ponte esto, ¿o acaso también es un bañador?
-No, eso va debajo de los vestidos para que no se transparente.
-Pues te lo vas a poner solo, hace demasiado calor. A ver, quítate la ropa.
- Yo puedo vestirme sola.
-Toma, quiero que lo hagas delante de mí, y está vez no voy a cambiar de opinión.
-Entonces no me cambio.
-Entonces te tendré que vestir yo.
Sin que yo me lo espere se levanta y me quita el vestido en un ver y no ver para después sustituirlo por el otro.
-Pues ya está. ¿A qué no te pasó ni te hice nada? Ahora te vas a tumbar en la cama y me vas a contar qué es lo que hace un ángel como tú en el infierno.
-Eso no te interesa.
-Me interesa, y mucho, créeme. Sobre todo porque ahora tus acciones son también mis acciones.
-En ese caso, ¿sabes dónde puedo encontrar a un tal Hades?
Por un momento creo haber visto una expresión de sorpresa en su cara, pero fue tan fugaz que no estoy segura.
-¿Para qué lo necesitas?
-Es que necesito encontrar al rey y todo el mundo al que le he preguntado me ha dicho que busque a Hades.
-¿Para qué quieres encontrar al rey?
-Mi padre me ha enviado como tratadora de paz entre los dos reinos. Según él, los demonios están causando problemas en el equilibrio causado por la enemistad. Entonces, ¿sabes dónde puedo encontrar a Hades?
-No.
-Pues que pena, tendré que seguir buscando.
-No te lo recomendaría, dicen que el rey odia a los ángeles y no duda en acabar con ellos.
-Es una misión, de lo contrario no podré regresar al cielo.
-No ibas a regresar de todas formas. Ahora eres mía y no pienso dejarte ir.
Él pasó la mano por mi largo pelo para después subirla a mi cuello, rodeándolo para finalmente acercarme a él e intentar besarme. Lo esquivo rápidamente y me incorporo quedando sentada.
-¿Qué crees qué haces?
-Venga, solo quiero un beso.
-Pues va a ser que no.
-Ya he besado otras partes de tu cuerpo, déjame probar tu boca.
Realmente estoy sorprendida, no sé cómo esas palabras pueden salir de su boca.
-¿Cómo eres capaz de decir semejante barbaridad?
-Si esto te parece una barbaridad solo espera a estar aquí unos meses.