Capítulo IV. La única

858 Words
Aurora Cuando por fin llego al final del pasillo entro en duda, ¿se refería a su izquierda o a la mía? Después de unos minutos decido no darle más vueltas al asunto y abro la puerta de la que sería mi izquierda. Grave error. La habitación parecía el set de rodaje de una película para mayores de dieciocho. Que digo dieciocho, mayores de veintiuno. Cierro la puerta rápidamente y abro la que está enfrente. Lo primero que veo frente a mis ojos es un gran ventanal en lugar de una pared, que deja ver el oscuro cielo del infierno. Debajo hay una cama enorme y una mesita de noche a ambos lados de esta. Fácilmente podríamos caber cinco yo y seguiría sobrando espacio. ¿Para qué querrá una cama tan grande para él solo? Me adentro más en el cuarto y a la derecha hay una puerta que supongo que es el baño. -¡Aurora, ¿encontraste la habitación?!- Me grita desde la cocina.- ¡La comida se va a enfriar! -¡Sí, ya voy! Dejo las pocas cosas que tenía conmigo a un lado de la cama y salgo. Ahora mismo el hambre me puede más que la curiosidad. Al llegar a la cocina ya los platos están servidos y él está sentado en un extremo de la mesa. Cuando nota que ya estoy ahí levanta la mirada de su teléfono y me mira directo a los ojos mientras una pequeña sonrisa aparece en sus labios. -Te equivocaste de cuarto, ¿verdad? Me quedo un momento ahí parada sin saber cómo reaccionar. ¿Qué se supone qué debo contestar? -Pues podrías decir la verdad, por ejemplo. -Pues tú podrías aprender a no escuchar pensamientos ajenos. -Exacto, pensamientos ajenos. Tú ahora eres mía- Tan solo con escuchar esa frase se me revuelve el estómago.- Entonces, ¿me vas a decir? -Sí ya sabes la verdad ¿para qué me preguntas? -Porque quiero oírlo de ti.-Sí, sí me equivoqué de habitación. ¿Contento? -Mucho. Ves, si me dices la verdad desde un principio no tendremos problemas. Ruedo los ojos internamente y me acerco a la mesa para coger mi comida y sentarme al otro extremo pero él me detiene. -Debes sentarte a mi lado. Hago lo que me dice tan solo por no discutir y vuelvo a mover mi plato hasta estar a su lado. Al mirar mejor mi comida noto que es una sopa de un color rojo no muy apetecible. -¿De qué es? Quiero asegurarme de que no es de lo que pienso que es. -Es sopa de sangre de humano, obviamente. Un escalofrío recorre toda mi espina dorsal al oírle pronunciar esas palabras. Y supongo que él también habrá notado mi reacción porque una risa escapa de sus labios. -¿En serio te lo creíste? Al ver que no respondo como forma de afirmación su risa se vuelve más intensa. -Es sopa de tomate. A los demonios no nos va eso de la sangre, preferimos dejarles eso a los vampiros. -¿No has pensado en hacerte humorista? Seguro que triunfas con tus chistes y bromas.- Contesté sarcásticamente. -Bueno, bueno. Y yo que pensaba que los ángeles tenían un gran sentido del humor. -Pues ya ves que no todos somos así. Estaba demasiado irritada como para aguantar sus chistes. -Por cierto. “¿Es qué no sabe estar callado ni comiendo?” Pensé. -Pues la verdad es que no. Lo miré confundida hasta que pasado un rato entendí. Me había vuelto a leer los pensamientos. -Deja de leerme los pensamientos. -No. Y lo que te estaba diciendo era con respecto a mi sala de juegos. Lo miré incrédula. -¿A eso le llamas sala de juegos? -No sé, ¿cómo lo llamas tú? -Sala de tortura, por ejemplo. Su labios esbozaron una sonrisa para después hablar. -No creo que digas lo mismo cuando lo pruebes. Casi me atraganto con la sopa cuando lo escuché decir eso, pero no de la sorpresa, sino de la risa. -Soñar es gratis, o por lo menos eso dicen. -Yo no me reiría tanto, conejita. -No me llames así, tengo nombre propio. -Muy en el fondo sabes que te gusta que te llame así. -Pues estás equivocado. Seguro que llamas así a todas con las que has estado. -Déjame decirte que no. Eres la única a la que llamo así. -La única a la que llamas así desde hace veinticuatro horas.-Dije con una falsa sonrisa. -Tú también deberías pensar eso de hacerte humorista. -Lo tendré en cuenta. Me levanté de la mesa y me dirigí al fregadero con la intención de lavar los platos. -Deja eso, yo los lavaré. -Bueno, gracias. Me voy a bañar, tienes totalmente prohibido entrar al baño. -Es mi casa, puedo entrar a dónde yo quiera. -Ahora también es la mía, ¿o no? -Igualmente ya te he visto desnuda, no sé qué te molesta. Me mordí la lengua para no soltar una maldición. Él sabía que había ganado, su sonrisa me lo decía todo. Así que cogí mis ganas de pegarle una piña y me fui a la habitación.
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