—Esa es mi señal para irme—, dice Belren alegremente, usando su magia para arrojarle el pergamino a Sylred. —Emelle, ¿te importaría acompañarme?— —Claro—, digo, mi voz temblorosa y extraña. Me dirijo hacia la puerta y me detengo al pie de las escaleras. Me meto un mechón de pelo detrás de la oreja. —Me alegro de que se haya lavado lo último de ese tinte—, dice, observando el movimiento. —Era mucho...— —¿Rosa?— —Exactamente. Prefiero tu cabello naturalmente rosado—. Me arrastro nerviosamente. —Oye, gracias por venir aquí y contarme todo. Aunque odio lo que está pasando, debería saberlo. Después de todo, soy responsable—. Belren se mete las manos en los bolsillos. —No te dije para que te molestaras. Te lo dije porque deberias saberlo. —Si lo se.— Hay una conmoción creciente detrás d

