La falta de dinero estaba obligando a Simone a ir más lejos

1734 Words
Simone salió de la oficina del doctor con el cuerpo tenso, como si el peso del mundo se hubiera doblado sobre ella. Salomé la miró con preocupación, pero no dijo nada. No hacía falta. Ambas sabían lo que significaba esa cifra. Ni juntando propinas, ni con su sueldo completo llegaría al monto necesario. No había más opciones. Al día siguiente por la noche, ya en el bar, Simone se plantó frente a la oficina del administrador. Tocó la puerta con firmeza. —Adelante —respondió la voz del hombre. Entró y cerró tras de sí. El administrador, un hombre curtido por los años en ese negocio, alzó la vista con curiosidad. —¿Problemas? Simone tomó aire. —Si algún cliente está dispuesto a pagar mucho dinero por un servicio privado… téngame en cuenta. Necesito dinero antes de finalizar el mes. El hombre frunció el ceño. —Sabes que no me gusta que te involucres con los clientes. Eres de las pocas que mantienen la distancia, y eso te ha mantenido a salvo. —Lo sé —Simone bajó la mirada por un instante, pero luego la sostuvo con determinación—. Pero esta vez no tengo opción. El administrador suspiró, pasando una mano por su rostro. —Simone, esto no es un juego. No sabes lo que algunos de estos tipos son capaces de hacer. —Estoy preparada. —¿Estás segura? —Siempre y cuando respeten una sola condición —dijo ella, con voz firme—. Usaré mi máscara en todo momento. El administrador la miró en silencio. Sabía lo duro que le tocaba a Simone sacar adelante a su familia, sabía que no lo hacía por ambición, sino por necesidad. Y aun así… —Déjame pensarlo —dijo al final. Simone asintió. —Pero no tardes mucho. El tiempo corre, y mi hermana lo necesita. Salió de la oficina con el corazón latiéndole a toda prisa. Ahora solo quedaba esperar. Y esperar, en su caso, era un lujo que no podía permitirse. ..................................... Al día siguiente bien temprano en la empresa Trigo de Oro. La oficina zumbaba con el sonido de teclados y murmullos apagados, el aire impregnado de café rancio y tinta de impresora. Simone repasó por cuarta vez la pantalla de su computadora, sus dedos tamborileando con impaciencia sobre el escritorio. Algo no cuadraba. Los informes del proyecto Rivera no estaban. Los había dejado ahí antes de salir a desayunar, bien organizados, listos para ser entregados al final del día. Ahora habían desaparecido como si el aire se los hubiera tragado. Un escalofrío de frustración le recorrió la espalda. —¿Buscas algo? —La voz melosa de Carlota la hizo girar. Su compañera estaba apoyada contra el archivador, con los brazos cruzados y una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Simone sintió la punzada de desconfianza en su pecho. —Sí —respondió con calma—. Los informes del proyecto Rivera. Carlota ladeó la cabeza, fingiendo interés. —Ah, ¿sí? Qué raro… Quizás los dejaste en otro lado. Ya sabes, con lo distraída que estas últimamente. Simone apretó los labios. No iba a darle el gusto de verla alterada. Se puso de pie y comenzó a revisar sus cajones, la bandeja de entrada, incluso el bote de basura junto a su escritorio. Pero, nada, no pudo encontrar nada. Carlota observaba con fingida lástima, la burla le brillaba en sus ojos. —Qué desafortunada. Esos informes eran para hoy, ¿no? Simone dejó escapar un suspiro lento. —Sí, lo eran. —Vaya, vaya… Espero que puedas resolverlo. No querrás quedar mal con la dirección justo ahora que se acercan los ascensos. —Carlota le guiñó un ojo antes de alejarse, sus tacones resonaban en el suelo como una sentencia. Simone se quedó inmóvil unos segundos, con los puños cerrados sobre su escritorio. Claro que lo sabía. Y claro que había sido ella. No era la primera vez. Desde que corrió el rumor de que la dirección estaba evaluando a los empleados para un ascenso, Carlota había convertido la oficina en un campo de batalla silencioso. Al principio, habían sido pequeñas cosas. Correos que nunca llegaban a su bandeja, archivos desaparecidos de su escritorio, comentarios malintencionados en reuniones. Pero poco a poco, la guerra sucia había escalado. —Simone, cariño, parece que olvidaste adjuntar los análisis financieros en la presentación —había dicho Carlota días atrás en plena reunión con los jefes de departamento, con su tono dulce pero cargado de veneno. Simone había sentido un nudo en el estómago. Ella sabía que había adjuntado esos archivos. Lo había revisado mil veces. Pero ahí estaba Carlota, sonriendo con fingida inocencia mientras la hacía quedar como una incompetente. Aquel día, Simone decidió quedarse hasta tarde, revisando una y otra vez cada documento que debía entregar al día siguiente. Cuando por fin creyó haber dejado todo en orden, se levantó para ir a la fotocopiadora. No tardó más de cinco minutos. Cuando regresó, su escritorio era un desastre. Las hojas de su informe estaban esparcidas por la superficie, varias manchadas con tinta corrida. Su taza de café, que antes estaba a un lado, ahora se había volcado sobre un documento de entrega urgente. Simone sintió el calor de la ira subirle por la garganta. —¡Dios mío! Qué desastre. —Carlota apareció de repente, llevándose una mano al pecho con fingida sorpresa—. Simone, tienes que ser más cuidadosa. Simone cerró los ojos por un momento, respiró hondo y reprimió el impulso de gritar. No iba a estallar. No aquí. Pero una cosa era segura. Carlota quería verla fracasar. Y Simone no iba a permitirlo. La empresa funcionaba como un reloj suizo. Todo el mundo hacía su trabajo, cumplía con sus horarios y evitaba cualquier problema. Pero había una sombra sobre todos, un nombre que susurraban con respeto y temor. Valentino De Luca, el CEO. Un hombre al que nadie había visto en persona. Un fantasma con fama de tirano, arrogante y explotador, que manejaba la empresa desde las sombras. Las historias sobre él circulaban entre los pasillos como el aire acondicionado: constantes, frías y siempre presentes. —Dicen que antes de meterse en los negocios legales dirigía una red de tráfico de armas. —Yo escuché que desapareció a un tipo que le hizo perder dinero. —Y que nunca deja cabos sueltos. Todos hablaban, pero nadie sabía la verdad. Lo único seguro era que su poder se sentía en cada decisión, en cada mirada de los ejecutivos que respondían ante él. Y, sobre todo, en el miedo que su nombre provocaba. Simone escuchaba los murmullos sin prestar demasiada atención. Tenía problemas más importantes que un jefe ausente. Hasta que una tarde, en la sala de descanso, el tema volvió a surgir. —Escuché que va a venir. La voz de Javier, uno de los analistas, hizo que varias cabezas se giraran en su dirección. —¿Quién? —preguntó alguien. Javier bajó la voz. —El jefe. Valentino De Luca. Un silencio tenso se extendió por la habitación. Carlota, que nunca perdía la oportunidad de meter su veneno, chasqueó la lengua. —No lo creo. Ese hombre no necesita ensuciarse las manos viniendo aquí. —No lo haría sin una razón —dijo otra voz. Simone, apoyada contra la mesa con una taza de café entre las manos, frunció el ceño. —¿Y cuál sería esa razón? Javier se encogió de hombros. —Nadie lo sabe. Pero si es cierto, más vale que todos estemos en orden. Porque si De Luca se aparece en este lugar… No terminó la frase. No hacía falta. El silencio que quedó tras sus palabras hablaba por sí solo. Simone trató de seguir con su trabajo como si nada, pero la conversación en la sala de descanso la había dejado inquieta. ¿Valentino De Luca vendría a la empresa? Nunca nadie lo había visto en persona, pero su nombre bastaba para hacer temblar a cualquiera. Un jefe ausente no podía ser un jefe común y corriente. Seguro no toleraba errores. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía darse el lujo de perder ese empleo. Necesitaba el sueldo para pagar el alquiler, las cuentas, y aunque el dinero del matrimonio falso había ayudado con el tratamiento de Sandra, aún faltaba mucho por cubrir. Y luego estaba Carlota. Si la perversa de su compañera ya se dedicaba a sabotearla con pequeñas jugarretas, ahora tendría la oportunidad perfecta para hundirla de una vez por todas. Simone tragó en seco y respiró hondo. —Cálmate —se dijo en un murmullo—. Solo haz bien tu trabajo y mantente alerta. Aun así, cuando terminó la jornada y salió de la oficina, sentía que una sombra pesada la seguía. Esa tarde, al llegar a casa, lo primero que hizo fue darse una ducha larga. El agua caliente alivió la tensión de su cuerpo, pero su mente no dejaba de dar vueltas. Su empleo pendía de un hilo. Y al mismo tiempo, tenía que prepararse para el otro trabajo, aquel que le permitía ganar lo suficiente para cubrir los gastos más urgentes. Se envolvió en una toalla y se dirigió a su habitación. Sobre la cama, una caja de cartón esperaba por ella. El nuevo traje había llegado. Lo había encontrado en oferta por internet, un vendedor en Rumanía que ofrecía vestuarios exóticos a precios accesibles. No podía darse el lujo de comprar siempre lo mejor, pero sabía elegir bien, y cada conjunto que conseguía le garantizaba más propinas. Abrió la caja con cuidado y deslizó los dedos por la tela. Era un conjunto en tonos n***o y dorado, con un sujetador cubierto de pedrería reluciente, bordados finos y pequeñas cadenas que colgaban como un velo sobre el abdomen. La falda era corta, hecha de varias capas de tul n***o transparente con aberturas estratégicas en los costados, dejando ver las piernas en cada movimiento. Los accesorios incluían brazaletes dorados, tobilleras con pequeñas campanillas y, por supuesto, una máscara a juego: negra, con detalles en oro y pequeñas piedras incrustadas que brillaban bajo la luz. Simone sonrió con satisfacción. Sabía cómo jugar con la imagen. No era solo el baile, ni los movimientos sensuales. Era la ilusión, el misterio, la idea de lo inalcanzable lo que los hacía gastar dinero. Y esa noche, más que nunca, necesitaba que las propinas fueran generosas.
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