Capítulo 1

2032 Words
1 Julian Hay días en los que existe esa necesidad de hacer daño, de matar, es demasiado fuerte para negarla. Son días en que la delgada capa de civilización amenaza con desaparecer ante la menor provocación y revelar el monstruo que lleva dentro. Hoy no es uno de esos días. Hoy está conmigo. Vamos en el coche de camino al aeropuerto. Va sentada apoyada en mí, me rodea con los brazos delgados y descansa la cabeza sobre mi hombro. Mientras la envuelvo con un brazo, le acaricio el pelo oscuro y disfruto de su textura sedosa. Ahora lo lleva largo, le llega hasta su estrecha cintura; hace diecinueve meses que no se lo corta. No lo ha hecho desde que la secuestré la primera vez. Inhalo su perfume atrayente, fresco y floral, de una feminidad exquisita. Es una mezcla del champú y la química única de su cuerpo; se me hace la boca agua. Me dan ganas de desnudarla, de seguir ese aroma para explorar cada curva y cada recoveco de su cuerpo. Se me estremece la polla y recuerdo que acabo de follar con ella. Sin embargo, eso no importa. Mi deseo es constante. Ahora me he acostumbrado a este deseo obsesivo, cosa que antes solía molestarme. He aceptado mi propia locura. Parece estar calmada, incluso contenta, y eso me gusta. Me gusta sentir cómo se acurruca conmigo, cariñosa y confiada. Ella sabe cómo es mi naturaleza verdadera y, aun así, se siente segura conmigo; la he enseñado para que sea así. He hecho que me quiera. Al cabo de un par de minutos, se mueve entre mis brazos y levanta la cabeza para mirarme. —¿A dónde vamos? —pregunta mientras mueve las largas pestañas negras de arriba abajo, como si fuera un abanico. Tiene ese tipo de mirada que haría a un hombre arrodillarse ante ella; unos ojos dulces y oscuros que me hacen pensar en las sábanas enredadas y en su piel desnuda. Hago un esfuerzo por centrarme, pero esos ojos me desconcentran muchísimo. —Vamos a mi casa de Colombia —digo respondiendo a su pregunta—. El lugar donde me crié. No he estado allí desde hace años, desde que asesinaron a mis padres. Sin embargo, el recinto de mi padre es una fortaleza y eso es precisamente lo que necesitamos ahora mismo. Durante las últimas semanas he estado implementando nuevas medidas de seguridad para que este sitio estuviera prácticamente acorazado. Me he asegurado de que nadie vuelva a quitarme a Nora. —¿Te quedarás conmigo? —Oigo el tono esperanzador que hay en su voz y yo asiento, sonriente. —Sí, mi gatita, estaré allí. —Ahora que la he recuperado, la obsesión por tenerla cerca es demasiado fuerte; no puedo negarlo. Antaño la isla era el lugar más seguro para ella, pero ya no lo es. Ahora ellos saben que existe y que es mi talón de Aquiles, por eso necesito que esté conmigo donde pueda protegerla. Se lame los labios y sigo con la mirada el camino de su delicada lengua rosa. Quiero envolver su pelo abundante alrededor de mi mano y llevar su cabeza hasta mi regazo, pero consigo reprimir el deseo. Habrá tiempo de sobra para eso cuando estemos en un lugar más seguro y menos público. —¿Enviarás a mis padres otro millón de dólares? —Sus ojos son grandes e ingenuos cuando me mira, pero oigo el ligero deje desafiante en su tono de voz. Me está poniendo a prueba, tantea los límites de esta nueva etapa de nuestra relación. —¿Quieres que lo haga? —Se me agranda la sonrisa y me estiro para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja. Me mira fijamente sin parpadear. —En realidad no —dice en voz baja—. Preferiría poder llamarlos. —Muy bien, podrás hacerlo cuando lleguemos. —Le sostengo la mirada. Abre los ojos y veo que la he sorprendido. Ella esperaba que la mantuviera cautiva otra vez, aislada del mundo exterior. No se da cuenta de que eso ya no es necesario. Ya he conseguido lo que quería: la he hecho completamente mía. —Vale —dice despacio—, lo haré. Me mira como si no me acabara de entender, como si yo fuera un animal exótico que no hubiera visto nunca. A veces me mira así, con una mezcla de desconfianza y fascinación. Se siente atraída por mí desde un principio, pero de alguna manera me tiene algo de miedo. Al depredador que hay en mí le gusta eso. Su miedo y reticencia añaden cierta ventaja a todo el conjunto; hacen que sea mucho más dulce poseerla y sentir cómo se acurruca en mis brazos durante toda la noche. —Cuéntame algo sobre el tiempo que has pasado en tu casa —murmuro, poniéndola contra mi hombro para que esté más cómoda. Le echo el pelo hacia atrás con los dedos y bajo la mirada hasta su rostro—. ¿Qué has estado haciendo todos estos meses? —Quieres decir, ¿aparte de echarte de menos? —Esboza una sonrisa burlona. Una sensación de calor se me extiende por todo el pecho. No quiero admitirlo ni darle importancia. Deseo que me quiera porque tengo una obsesión enfermiza por poseerla, no porque sienta nada. —Sí, aparte de eso —digo en voz baja mientras pienso en todas las maneras en las que voy a follármela cuando consiga estar a solas con ella de nuevo. —Bueno, he quedado con algunos amigos —comienza a decir. La escucho mientras me hace un resumen general de su vida desde los últimos cuatro meses, aunque ya me conozco parte de la historia. Lucas tuvo la iniciativa de ponerle a Nora un discreto dispositivo de seguridad mientras yo estaba en coma. En cuanto desperté, me dio un informe detallado de todo, incluyendo las actividades diarias de Nora. Le debo mucho por eso y por salvarme la vida. Durante los últimos años, Lucas Kent se ha convertido en un activo de valor incalculable para mi empresa. Muy pocos habrían tenido las pelotas de asumir el control. Incluso sin saber toda la verdad sobre Nora, ha sido lo bastante inteligente para saber lo que ella significa para mí y ha tomado medidas para garantizar su seguridad. Por supuesto, en ningún caso le restringió sus actividades. —¿Lo has visto? —le pregunto con desinterés al mismo tiempo que levanta la mano para jugar con el lóbulo de su oreja—. Quiero decir, ¿has visto a Jake? Su cuerpo se vuelve de piedra en mis brazos, y siento la rigidez y la tensión de cada músculo. —Me crucé con él un momento después de cenar con mi amiga Leah —dice sin mostrar ninguna emoción, mirándome—. Nos tomamos un café los tres, esa fue la única vez que lo vi. Le sostengo la mirada durante un momento y luego asiento, satisfecho. No me miente; en los informes aparece este incidente en particular. La primera vez que lo leí, quise matar al chico con mis propias manos. Todavía lo haría si se volviera a acercar a Nora. Pensar en otro hombre cerca de ella me llena de una furia intensa. Según estos informes, no quedó con nadie durante el tiempo que estuvimos separados… con una notable excepción. —¿Qué pasa con el abogado? —pregunto en voz baja, haciendo todo lo posible para controlar la rabia que llevo contenida—. ¿Lo pasasteis bien? Empalidece bajo el tono dorado de su piel. —No hice nada con él —dice y capto un deje de aprehensión en su voz—. Salimos aquella noche porque te echaba de menos y porque estaba cansada de estar sola, pero no pasó nada. Me tomé un par de copas, pero no pude hacer nada más. —¿No? —Desaparece casi toda mi rabia. Sé leerla lo suficientemente bien para saber cuándo me miente: ahora mismo me está diciendo la verdad. De todos modos, lo anoto mentalmente para investigarlo más tarde. Como el abogado la haya tocado, me las pagará. Me mira y siento cómo se disipa su propia tensión también. Sabe distinguir mi estado de ánimo como nadie. Es como si estuviera acostumbrada a mí. Ha sido así desde el principio. A diferencia de la mayoría de las mujeres, siempre es capaz de captar mi verdadero yo. —No. —Aprieta los labios—. No pude dejar que me tocara. Estoy demasiado jodida para estar con un hombre normal ahora. Levanto las cejas y, a pesar de todo, me divierto. Ya no es la chica asustada que traje a la isla. En algún punto del camino, mi niña sacó sus garras afiladas y aprendió a usarlas. —Eso es bueno. —Le paso los dedos por la mejilla, jugando, y luego inclino la cabeza para inhalar su dulce olor—. Nadie tiene permiso para tocarte, nena. Nadie salvo yo. No responde, se limita a mirarme. No hace falta que diga nada porque nos entendemos el uno al otro perfectamente. Sé que mataré a cualquier hombre que la toque, y ella también. Es raro, pero nunca había sentido la necesidad de poseer a una mujer; es un territorio nuevo para mí. Antes de Nora, las mujeres eran intercambiables en mi mente, solo eran criaturas sumisas y bonitas que pasaban por mi vida. Me buscaban por voluntad propia, querían que me las follara para luego acabar heridas. Yo las consentía al mismo tiempo que satisfacía las necesidades físicas que tuviera durante este proceso. Me tiré a la primera mujer cuando tenía catorce años, poco después de la muerte de Maria. Era una de las putas de mi padre; me la envió después de que matara a dos de los hombres que asesinaron a Maria y que castré en sus propias casas. Creo que mi padre esperaba que el sexo bastara para distraerme y evitar que siguiera en ese camino de venganza. Huelga decir que su plan no funcionó. Vino a mi habitación con un vestido n***o ajustado, un maquillaje perfecto y su deliciosa boca pintada de rojo brillante. Cuando empezó a desnudarse delante de mí, reaccioné igual que lo habría hecho cualquier adolescente: con un deseo instantáneo y violento. Pero, en ese momento, yo no era adolescente precisamente. Era un asesino; lo era desde los ocho años. Esa noche, me la follé bruscamente porque no tenía demasiada experiencia para controlarme y porque quería descargarme con ella, contra mi padre, contra todo el puñetero mundo. Descargué mi frustración en su piel; le dejé cardenales y marcas de mordiscos. No obstante, la noche siguiente volvió a por más, esta vez sin que mi padre lo supiera. Estuvimos follando así durante un mes; venía a mi habitación cada vez que tenía la oportunidad. Me enseñaba lo que le gustaba a ella y a otras muchas mujeres. No quería dulzura y amabilidad en la cama, sino dolor y violencia. Deseaba a alguien que la hiciera sentir viva. Y resultó que a mí me gustó eso. Me agradaba oír sus gritos y súplicas cuando le hacía daño y la llevaba al orgasmo. La violencia que nacía de mis entrañas había encontrado otra salida y la utilizaba cada vez que tenía la oportunidad. Por supuesto, eso no bastó. No podía apaciguar tan fácilmente la rabia que tenía dentro. La muerte de Maria cambió algo en mi interior. Ella era lo único puro y bonito de mi vida y se había ido. Su fallecimiento tuvo más efecto que la experiencia que ideó mi padre: eliminó cualquier consciencia que hubiera tenido. Ya no era un chico que seguía de mala gana los pasos de su padre; era un depredador con sed de sangre y venganza. No hice caso de las órdenes de mi progenitor de pasar el asunto por alto; perseguí a los asesinos de Maria uno a uno y les hice pagar por todo, regocijándome en sus gritos de agonía, sus súplicas para que tuviera piedad y para que su muerte fuera más rápida. Después de eso, hubo represalias y contrarrepresalias. La gente murió, tanto hombres de mi padre como los del rival. La violencia siguió aumentando hasta que mi padre decidió pacificar a sus asociados apartándome del negocio. Me envió lejos, a Europa y a Asia, donde conocí a decenas de mujeres similares a la que me inició en el sexo. Mujeres hermosas y dispuestas con gustos parecidos a los míos. Las ayudé a cumplir sus fantasías oscuras mientras ellas me daban placer momentáneamente. Era un plan que encajaba en mi vida a la perfección, especialmente después de volver a tomar las riendas de la compañía de mi padre. No fue hasta hace diecinueve meses, durante un viaje de negocios a Chicago, que la conocí a «ella». A Nora. La reencarnación de mi Maria. La chica que pretendo retener para siempre.
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