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3039 Words
    Marie de Beauvoir, escuchó, con el móvil en su oído, el tono de cuando han cortado la llamada. Permaneció en silencio, con su rizado cabello siendo levemente sacudido por la briza aquella tarde de cielo naranja. Intentó tragar el nudo que sentía en su garganta, buscando en su mente con desespero el modo de llenar el vacío que comenzó a sentir en su pecho, ese hincón en la boca de su estómago, esa sensación de no estar viviendo en realidad su realidad, más como si todo fuera simplemente un mal sueño como los que solía tener en su despacho cuando quería tomar un descanso pero el estrés y las preocupaciones invadían la mente infectándola de paranoias que daban como resultados una cadena de pesadillas.     Había quedado en shock, y ahora lágrimas tibias encharcaban sus ojos, formando en ellos lagos de cristalino líquido que le hacía notar las pupilas más brillantes a la luz del atardecer en el puente de Brooklyn.       Su abuela había muerto, quien de algún modo había sido para ella una madre, una amiga, una confidente, la única persona con la que había tenido desde la infancia una conexión segura y que ahora resultaba haber fallecido de una manera súbita, en Colombia, su país natal. Marie se sintió impotente, triste, sola. Se sentía molesta, pues, le habían avisado dos días después de haber acontecido el sepulcro.      Las manos le colgaban a los lados de las caderas, de pie e inmóvil en la orilla izquierda de aquel puente, mirando a la nada por lo bajo y la mente llena de los recuerdos de su infancia. Marie, de tan solo meses de nacida le fue regalada a su abuela materna porque quien la dio a luz no se sentía capacitada para criar un bebé, por otro lado, nunca supo quién era su padre a ciencia cierta, ya que, según personas conocidas de la familia afirmaban que la madre de esta salía con distintos hombres y nunca le dijo a nadie quién era el padre de la niña. Marie, después de adolescente había pasado a creer que en realidad su madre ni sabía de quién había quedado embarazada. No existía para Marie una tía, porque su abuela sólo tuvo una hija; tampoco un hermano, al menos no que ella conociera, porque, la única vez que su madre regresó a casa, luego de diez años de ausencia, no comentó nada de otro hijo y mucho menos quiso entablar conversaciones complicadas con la niña. Desde ese entonces Marie supo que, su madre sólo había ido por la señora, ya que en ese momento la doña se encontraba un poco delicada de salud, pero no por la niña, ella nunca fue el principal foco de interés de esa esporádica visita y por mucho tiempo, incluso ahora de adulta y aunque quisiera ignorarlo, era un hecho que la hacía sentir menospreciada, pisoteada y de alguna manera sucia. No lograba entender cómo una persona que le daba vida a otro ser, terminaba abandonándolo a su suerte, dejándoselo a otra persona como si se tratara de algún par de zapatos que ya no se quiere calzar. Marie en varias ocasiones llegó a sentirse culpable de que la hubieran abandonado, muchas veces incluso se sintió menos que un par de mininos a los que en su niñez había visto ser furiosamente celados por una gata angora, Marie estudió durante meses el proceso de madre e hijos y a veces se descubría envidiando a los animalitos que consentidos eran por quien los había cargado en su panza. Esas fueron sus mascotas por mucho tiempo, incluso hasta que se graduó de la universidad y tuvo que mudarse a Estados Unidos.     La voz de su asistente la trajo de vuelta al presente. —Señora, tiene una llamada en espera —dijo el joven Tiagho sosteniendo el móvil contra su pecho a dos pasos por detrás de su jefa—. ¿Quiere que anuncie su indisposición o prefiere contestar? —preguntó atento pero cauteloso.     Marie apenas había ladeado la cara hacia su hombro izquierdo, sólo en un inconsciente gesto de prestar atención, sintiendo una lágrima resbalar por su mejilla. Y Tiagho lo notó, sintiéndose preocupado pero sin atreverse a mostrarse más atento de lo requerido. —Si no se siente dispuesta a continuar laborando puedo llevarla a un lugar más tranquilo, a su casa, tal vez. O a donde usted requiera, señora.     No había mala intención o atrevimiento excesivo en el tono empleado por el castaño asistente, simplemente estaba cumpliendo con su trabajo. —Puedes regresar a la empresa —contestó ella con voz neutral, esforzándose por no quebrar su tono, pero se escuchaba bastante lastimada—. Anuncia a quien requiera de mi presencia que no estaré dispuesta por las siguientes doce horas. Por ahora quiero estar sola.     El asistente, condescendiente, asintió sólo una vez. —De todas maneras no hay asuntos muy importantes para las siguientes doce horas a partir de ahora, señora. Sólo revisar propuestas y contratos.     Marie siguió sin voltearse hacia su asistente. —Lee qué dicen y mañana me das una explicación detallada.     Él volvió a asentir. —¿Quiere que la lleve a alguna parte? —preguntó con condescendencia y respeto. —Quiero estar sola por un momento, me quedaré aquí —pausó—. Ahora toma el auto y vete.     Tiagho titubeó y miró a los lados, escuchando el zumbido de los autos al pasar por la vía de ida o de vuelta, el rumor de motores que se acercaban y se alejaban. —¿Está segura de que quiere quedarse… aquí? —ahora estaba empezando a preocuparse más—. Ya casi anochecerá, si me llevo el auto entonces cómo usted va a regresar a casa.     Ella se dio media vuelta y caminó tres cortos pasos lentos hacia él y le entregó el móvil con el que minutos atrás había escuchado que le anunciaran la noticia de su abuela. —Eso es asunto mío —dijo cuando Tiagho recibió ese otro dispositivo—. Puedes retirarte.     Tiagho pensó con reflexión lo siguiente que diría, mirando a los ojos a su jefa y sintiéndose arropado por la tristeza que esta no quería demostrar dramáticamente pero cuya gris emoción se manifestaba en su mirada. Aun así, tomó el valor de hablarle al respecto. —Señora, si me permite opinar, pronto se hará de noche y créame —meneó la cabeza—. Puede ser peligroso para una dama quedarse sola en un lugar como este… —Thiago —lo interrumpió ella con determinación y frialdad—. Te he dado una orden.     De inmediato Thiago bajó la mirada y se limitó a asentir, en silencio. Quiso titubear antes de dirigirse al vehículo, pero decidió que mejor alternativa era no desafiar la autoridad de la jefa. Tragó saliva y caminó, obediente y con un mal presentimiento rodeándolo como un manto frío aquella tarde de abril.     Marie escuchó el rugido del motor al ser encendido y del acelerador cuando la Hummer oscura se alejó por detrás de ella. El sonido de su automóvil se alejó, mezclándose con el sonido de otros autos que también pasaban por aquella vía a esa hora, cuando el cielo, ahora de un gris plomo, anunciaba el bostezo del sol aquel día.     Entonces no pudo contener el llanto, allí, sola, sin que nadie le estuviera dedicando tiempo. Sintió su rostro contraerse en una expresión de dolor emocional, dando libertad a los espasmódicos movimientos de su pecho cuando se entregó a los sollozos, de pie sobre el mismo sitio, llevándose una mano a la boca y sintiendo un malestar general que le demolía los huesos y le hacía sentir una dolorosa presión en sus sienes. Marie respiró con agitación, gruñendo de rabia por el suceso, y porque tarde le había avisado aquella vecina. Aunque culpa no era de esta, ya que hubo afirmado que no había encontrado manera de contactarla hasta entonces, tanto que se tomó la molestia de revisar en las cosas de la difunta y encontrar el número telefónico de su nieta. Pero en ese momento, justo allí, Marie era un tornado de emociones negativas, así que no importaba si temprano o tarde habían encontrado cómo avisarle; su abuela estaba muerta y eso era el asunto de más importancia en ese momento.       A más o menos unos veinte metros de distancia por la vía y del lado más cercano a Marie, se acercaba un Corolla oscuro, conducido por un hombre que no tenía mucho interés por llegar de inmediato a su destino, quizá por eso fue que notó la sola presencia de una dama llorando en la orilla del puente y eso llamó su atención. Pensó en ese momento en que quizá la habían dejado tirada allí, o plantada, pues, no se miraba andrajosa, lo que significaba que no era algún mendigo que sólo quisiera llamar la atención de alguien que pudiera lanzarle una moneda. Ya el hombre tenía pensado detener el auto para bajar y acercarse a ofrecerle ayuda a esa desconocida. Pero estuvo realmente seguro de tener que hacerlo cuando miró a la mujer caminar con aspecto de rendición hacia el límite del puente y trepar la barrera que separaba el pavimento del vacío.         Por su parte a Marie no le importaba si los que de casualidad la vieran pensaran que quería quitarse la vida, de todos modos, no era esa su intención. Marie era una experta nadadora y amante de los deportes extremos, entre los que contaban el salto en bungee así que segura estaba de no terminar muerta, simplemente bucearía sobre la superficie del agua hasta llegar a una de las orillas. Pero también estaba segura de querer descargar adrenalina con alguna cosa, pensaba que si no lo hacía terminaría pagando la frustración con alguna otra persona. Terminó de subir la barrera del puente y se mantuvo en pie. Y el desconocido del auto maniobró el volante rápidamente para orillarse, frenando en seco y abriendo la puerta para bajar y correr hacia la mujer cuyo oscuro y largo cabello estaba siendo sacudido por la briza de ese ocaso. Este hombre sintió un repentino temor de imaginar que no pudiera llegar a tiempo y evitar que esta cometiera alguna insensatez, no sabía de quién se trataba o de qué lugar había salido esta persona, pero no le importó, lo que tenía era preocupación, un deber moral y social con el que se había formado desde niño.     Marie estaba concentrada en lo que serían segundos previos al gran salto, en el que se arrojaría de cabeza a las aguas superficialmente tranquilas, pero que sin duda por debajo la corriente tendría la fuerza con la que podrían arrastrar algo mil caballos furiosos.     Entonces escuchó aquella voz varonil, pero suave, aterciopelada y cautelosa. —Espera, no lo hagas —dijo la persona detrás de ella, con la respiración agitada por la carrera dada para llegar a ella—. No es necesario que lo hagas —volvió a hablar, mirándola desde abajo—. Acabar con tu vida no será la mejor opción.     Marie sin mover la cabeza rodó los ojos a un lado por lo bajo y detuvo su llanto, arrugando entonces el entrecejo.     >. Pensó ella, pero no dijo alguna palabra.  —Por favor, baja de allí —insistió él con cautela—. Créeme, sea lo que sea por lo que estés pasando, podemos solucionarlo juntos. Pero debes bajar de allí.     Marie no pudo contener un ligero bufido de burla, pero no supo si hacia él o hacia ella misma, quizá hacia la situación irónica de la vida que la había juntado a un desconocido con ínfulas de héroe o psicólogo.        >.     El hombre, incómodo, cambió el peso de una pierna a otra e insistió. Todavía con la barbilla alzada para poder mirarla, estando ella todavía de espalda hacia él. —Escucha… probablemente hay algo más en esta vida a lo que puedas aferrarte. Algo que con el tiempo te demostrará que el s******o no es la mejor opción, para nada.     Marie respondió en su mente.     >. —Estás interrumpiendo mi concentración —dijo ella con neutralidad y un deje de fastidio—. Estoy a punto de realizar una actividad. Ahora vete y no molestes —agregó sin más.     Pero el extraño se mostraba decidido a hacerla razonar. —No servirá de nada que te quites la vida —opinó de nuevo, por esto Marie blanqueó los ojos y suspiró, pero él no se rendía—. Permíteme hablarte y permítete escucharme, por favor. Dame un minuto, sólo un minuto más y te daré razones para no hacer lo que estás pensando.     A Marie le pareció que la voz del desconocido era dulce y su tono preocupado, casi se sintió conmovida por ello, pero a decir verdad, tenía otras cosas por la cual sentirse afectada, así que automáticamente decidió no prestarle tanta atención al hombre detrás de ella. —Por favor —repitió el hombre un tanto más suplicante—. Sólo un minuto más —pausó y Marie cerró los ojos, sintiendo la briza fresca enfriarle las lágrimas sobre sus mejillas y deseando que el hombre desistiera de pedir tonterías—. Dame tu mano.     En ese momento ella abrió los ojos y arrugando un poco en entrecejo miró por lo bajo, volteando entonces la cara hacia la izquierda, hacia donde escuchaba la voz. Marie alcanzó a verle la cara mirándola desde aproximadamente un metro y medio más abajo. Era un hombre de rasgos orientales, probablemente treinta centímetros más grande que ella, calculó esta, miró su mano, extendida todavía y la cara de espera.     El hombre no reparó en ese momento mucho en el atractivo de esta, de hecho, no le pareció llamativa en lo más mínimo, no era precisamente el estilo de mujer que prefería. Sin embargo, no estaba allí por otra cosa que no fuera el ayudarla, fuera lo que fuera por lo que estaba pasando.     Marie no quería tratarlo mal, ella se había dado cuenta de que este sólo quería ayudar y que, de centenares de personas que cruzaban el puente en ese momento, él había sido el único que se había tomado la molestia de acercarse a ella. Probablemente eran las emociones disparadas que en situaciones difíciles eran más segregadas por mujeres que por hombres, que la llevaron a notarlo de pronto tan atractivo como un Romeo para su Julieta. Sentir repentina atracción hacia una persona era una cosa, pero confiar era otra; y Marie era de dar muy poca confianza a personas de su entorno, sobre todo si se trataba de gente a la que nunca antes había visto. Sin embargo consideró que nada perdía con bajar, memorizar la cara de aquella persona por si lo volvía a ver algún día y luego marcharse a su casa sin decir nada, pensó que talvez lo que necesitaba era sentarse sobre un pub en el balcón de su casa a mirar la noche transcurrir frente a sus ojos al tiempo que reflexionaba sobre los hechos recientes.     Ya decidida, primero volteó la cara de nuevo hacia adelante y extendió la mirada hacia el río, las aguas se veían amenazantes, extensas, opacas y peligrosamente tranquilas. Apartó la vista de allí y miró las luces de la ciudad de los edificios kilómetros más allá. Entonces, lentamente comenzó a mover los pies, cuidadosamente de no pisar mal o resbalar por el borde del borde.     Por su parte, el desconocido sintió alivio y en silencio más tranquilidad al mirar cómo estaba avanzando la situación, se acercó un paso más hacia ella, lentamente y siempre con cautela. Marie logró dar media vuelta y quedar de frente a la vía, con un precipicio por detrás de ella y lo miró detenidamente, ahora no lograba mirar del todo sus facciones por estarse haciendo de noche, justo en ese momento, como si el planeta le leyera la mente, las luces del puente se encendieron, iluminando de una luz amarillenta el espacio completo, de extremo a extremo aquel puente de diseño monumental.     Marie pensó que sería tonto creer que los oscuros ojos de aquel hombre oriental mirándola sin parpadear fue lo que le causó vértigo y reflexionar en lo tonta que podía parecer en ese momento le causó un ligero mareo y puede que hasta temblor en las rodillas. Estaba preparada, no para tomarle la mano al desconocido y así bajar, sino para dar por sí sola un salto y caer de nuevo en el pavimento aunque fuera a gatas, porque en la vida real era poco probable que acertara un aterrizaje al estilo de heroínas de Marvel o DC.      Eso iría a hacer, de no sentir casi en cámara lenta cómo su pie derecho resbalaba por el borde en el que estaba de pie, provocándole hincadas de adrenalina que sintió tanto en su abdomen como en sus pantorrillas buscando mantener el equilibrio. Extendió los brazos rápidamente a cada lado, balanceándose inevitablemente como si estuviese haciendo las movidas del hula-hula, sintiéndose irremediablemente ridícula, pero mucho más cuando perdió el control de la estabilidad en su cuerpo y cayó hacia el vacío.     El oriental abrió los ojos como nunca antes lo había hecho y dio un acelerado paso hacia adelante, extendiendo las manos rápidamente hacia ella en un intento por agarrarla aunque fuera de algún pie y evitarle una peligrosa caída desde esa altura. Pero no fue lo suficientemente rápido o ágil para conseguir hacerlo, así que no tuvo de otra que verla caer. 
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