Samuel permaneció en el estacionamiento del hospital, con el frío de la madrugada calándole los huesos. El teléfono temblaba ligeramente en su mano, pero no era por el clima, sino por el peso de lo que estaba a punto de hacer. Respiró hondo, marcó el número de su padre y esperó. El tono de llamada apenas sonó dos veces antes de que la voz de Sebastian Hill se escuchara al otro lado. —Samuel, ¿qué pasa? Es muy tarde. Samuel mantuvo su voz controlada, su tono tan plano que casi sonaba indiferente. —El abuelo ha muerto. La pausa que siguió fue larga, llena de un silencio cargado de incredulidad. —¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que ha muerto? —Tu padre está muerto. Eso es todo lo que necesitas saber —respondió Samuel con frialdad, sin esperar a que su padre procesara del todo l

