Azazel fue el primero en despertar.
El apartamento seguía envuelto en la penumbra grisácea de la madrugada, y solo el sonido lejano del tráfico comenzaba a acariciar las ventanas. Abrió los ojos con pereza y lo primero que sintió fue el calor cercano de algo —o más bien alguien— muy próximo. Un pequeño hormigueo en su nariz lo hizo estornudar, era uno de los rizos de Silvia. Su cabello era tan libre como si tuviera vida propia.
En un movimiento lento giró lentamente la cabeza. Allí estaba, la mujer que descaradamente había intentado seducirlo.
Dormía profundamente, con un brazo extendido fuera de las cobijas abrazando a la muerte como si una almohada se tratase. El cabello ligeramente enredado sobre la almohada y entre el hombro del joven que burlonamente tiraba con suavidad los rizos
